La
ecología como práctica política subvierte principios esenciales del
racionalismo moderno. Quizás estamos asistiendo a uno de los procesos más
revolucionarios que haya conocido la historia de la Humanidad, pues gracias a
los servicios que nos presta la ecología podemos realizar una suerte de cuestionamiento
tridimensional. En primer lugar, el de un orden civilizatorio: la propia
modernidad. En segundo lugar, el de un orden socioeconómico: el industrialismo,
predominantemente su forma capitalista (ya que su forma socialista se
cuestionó a sí misma, y muy radicalmente). En tercer lugar, el de nosotros mismos.
No hay revolución global sin subversión
del individuo, y viceversa. Pues los proyectos revolucionarios del pasado
reducían los cuestionamientos a una relación de externalidad. El que se realiza
apelando al recurso de la ecología, internaliza y externaliza los problemas al
mismo tiempo. Porque no es sólo un sistema externo a nuestra conciencia el que
puede ser hecho responsable del exterminio del planeta. Somos también nosotros
mismos. Como decía un amigo, miembro del Partido Verde Alemán, es más fácil que
las empresas capitalistas internalicen criterios ecológicos, a que los
ecologistas se deshagan de sus automóviles. Dicho aún más radicalmente: quien
calla sobre su automóvil, debe callar también sobre la Amazonia. No obstante,
la idea de una revolución global que se sirva del conocimiento ecológico, no es
nueva. En cierto modo, Al Gore ha dado formato político a un proyecto que
vienen presentando desde hace algún tiempo instituciones como El Club de Roma.
Cuando
en 1972, en medio de la llamada crisis petrolera, Denis Meadows, en
representación de El Club de Roma hizo público el ya legendario The Limits to
Growth (Meadows, 1972), causó un afecto impactante. Por primera vez; un
organismo tecnocrático autorizado planteaba abiertamente lo que extremas
minorías gritaban en los calles de las grandes ciudades. Hoy en día, releyendo
el Informe, se podría decir que no todas sus proyecciones se han cumplido, pues
los autores trabajan con cálculos lineales que no dejan espacio para la
aparición de factores imprevisibles. Pero, por otro lado, se puede afirmar que
en alguna medida algunas de sus predicciones catastróficas se han quedado
cortas pues en ese tiempo no habían sido computados datos como el SIDA o el
agujero en la capa de ozono. De la misma manera, se puede seguir criticando el
informe citado en el sentido de que hace de la llamada explosión demográfica un
hecho extremadamente determinante, sin preguntarse demasiado acerca de las
razones que producen el crecimiento poblacional. No obstante,
independientemente de sus muchas carencias, es posible afirmar que el impacto
del Informe no residía tanto en sus proyecciones sino en el hecho de que
planteaba en forma taxativa que el llamado crecimiento, tanto poblacional como
económico, habían llegado a sus límites. "Si se mantiene sin modificar el
actual crecimiento, de la población mundial, de la industrialización, de la
contaminación ambiental, de los medios de producción alimentarios, en el curso
de cien años serán alcanzados los límites absolutos del crecimiento (op. cit., 1992,
p. 17). Está de más decir que en los industrialistas años setenta eran muy
pocos los que se atrevían a pensar que el llamado crecimiento económico tenía
límites. Ya esa constatación era revolucionaria.
Haciendo
justicia a Los límites…, hay que decir
que ahí no se entendía todavía como una
idea revolucionaría el proyecto de salvar ecológicamente al planeta. De la
misma manera a como lo postularía Al Gore después, se trataba de una
proposición para subvertir la economía oficial, teniendo como objetivo ya no el
crecimiento sino el equilibrio (Gore, 1994, p. 17). En ese período, El Club de
Roma pensaba que era posible convencer a los monitores de la economía mundial
para que enmendaran rumbo. No obstante, aventuraba proposiciones que en la
práctica implicaban una revolución global, usando el término que el mismo Club
utilizaría en el futuro para designar la transformación ecológica de nuestro
tiempo. "En el presente, y durante un breve momento de la historia, el ser
humano posee la eficaz combinación de saber, medios técnicos y recursos naturales,
todo lo que es físicamente necesario para crear una nueva forma de comunidad
humana, que pueda mantenerse para las futuras generaciones" (op. cit., p,
164). Tres principios básicos de la "revolución global" ya estaban
formulados en Los límites... Uno, que la economía debe regirse por el
criterio de responsabilidad más que por el de ganancia inmediata. Dos, que es
necesario crear prácticas económicas sustentables. Tres, que para ello es
necesario una "nueva comunidad humana" lo que quiere decir, en
términos más claros, nuevas relaciones sociales y políticas.
Fue en 1991 cuando El Club de Roma decidió pasar a la
ofensiva proponiendo lo que ni siquiera los partidos ecologistas y verdes más
radicales se atrevían a plantear; un programa de salvación del planeta bajo el
título de "The first Global Revolution (Spiegel Spezial, 2,1991).
Aquí es necesario puntualizar que el concepto "global" encierra dos
connotaciones. La primera, se trata de un proyecto planetario. La segunda, que
es globalizante, esto es, que no se concentra sólo en cuestiones ambientales o ecológicas sino
que, lo que es distinto, la realización de estas últimas supone un programa de transformación
económico, político y cultural extremadamente radical. En efecto, "la primera
revolución global" puede ser entendida como una suerte de plaidoyer por
una nueva visión de la realidad que cuestione los cimientos de la civilización,
en el marco de aquella revolución de nuestro tiempo que nadie soñó.
Para los
redactores de la Primera Revolución Global lo que caracteriza el nuevo
proceso revolucionario es que carece de un sujeto particular como una clase,
una nación, o una ideología, pues compromete a toda la humanidad en su
realización (op. cit., p. 10). Su objetivo es, en esencia, normativo. Como
postulan sus redactores: "Nosotros necesitamos una nueva visión del mundo
en el que querernos vivir; debemos incorporar a nuestras reflexiones los
recursos humanos, materiales y morales existentes a fin de que nuestra visión
sea realista y viable; y debemos movilizar la energía humana y la voluntad
política para crear la nueva sociedad global" (ibíd., p. 10).
Los
objetivos de la Revolución Global no son modestos. Se propone, entre otras
cosas, alterar las relaciones de desigualdad entre Norte
y Sur a fin de superar el llamado "subdesarrollo" (ibíd., p. 91),
reformular el papel de los Estados (ibíd., p. 20), la limitación del concepto
mismo de soberanía nacional en función de los intereses globales (ibíd., p. 128),
una nueva economía que sea determinada por valores extraeconómicos (ibíd., p. 17),
limitación consciente de la población (ibíd., p. 30), etc. Interesante en el
informe es el llamado a apoyar iniciativas civiles, partidos políticos y movimientos
sociales que se orienten en la perspectiva denegación del modo industrialista
de producción. En síntesis, el motivo central del informe es la idea de una
revolución que debe realizarse primero en nuestras conciencias; segundo, en la
acción política; tercero, en el desmontaje del orden económico mundial; y
cuarto, en la creación de una sociedad más humana.
Si la
revolución ecológica de nuestro tiempo es entendida por El Club de Roma como la
primera "global", en el segundo informe Meadows, publicado en 1992
bajo el sugestivo título Beyond the Limits (Meadows/Randers, 1992), es
entendida como la "tercera revolución industrial". La intención es
algo equívoca. En la literatura económica se entiende comúnmente por
"tercera revolución industrial" la generada por la introducción de
nuevas tecnologías en los campos de la energía atómica, de la computación y
de la genética, cuyas consecuencias se encuentran muchas veces en contradicción
con el proyecto de "revolución global". Pero independiente de la
enumeración de las revoluciones, lo que nos está diciendo El Club de Roma es
que necesitarnos incentivar un proceso que desmonte el andamiaje industrial
prevaleciente y lo reemplace por uno cuyo objetivo sea la conservación de la
tierra, de sus recursos, y de la especie (ibíd., p. 97). Precisamente en este
punto, el nuevo informe hace suyo un concepto que se viene abriendo paso con
mucha fuerza: el de "autosustentación" y, como El Club de Roma se ha
decidido por una revolución, no trepida en proponer una "revolución por la
autosustentación" (ibíd., p. 269) que no sería otra cosa que la revolución
global aplicada al campo específico de la economía (suponiendo que ese campo
específico exista).
La tesis de la autosustentación fue
popularizada gracias al Informe de la Comisión Brundtland, WCDE, en 19S7
conocido con el título de Nuestro futuro común. La diferencia de ese informe con los publicados
por El Club de Roma en 1991 y 1992 es que en el
primero la sustentabilidad es entendida como una forma de desarrollo; en cambio, en
los dos últimos es entendida como revolución. La diferencia no es semántica. El
Club de Roma parece hacerse eco del clamor cada vez más amplio en contra del
concepto sociobiológico de desarrollo, pues éste se encuentra en contradicción
con la propia filosofía de la sustentabilidad. Por esa razón, los
desarrollistas intentaron durante algún tiempo equilibrar lo inequilibrable:
desarrollo y sostenibilidad. Así nació el concepto de Sustanaible Developrnent,
último grito de la moda en múltiples conferencias y congresos. Hoy, los
propios industriales parecen advertir que el concepto de sustentabilidad no solo
no tiene nada que ver con el de desarrollo, sino que además quiere decir todo
lo contrario. Por ejemplo, un consejo empresarial para el "desarrollo
sustentable" celebró una conferencia en la que participaron representantes
de BP, Down Chemical y Ciba-Geigy, En el informe se puede leer que si se quiere
salvar el planeta, las naciones industriales deben reducir en un cincuenta por
ciento el consumo material, su consumo energético, y la destrucción del medio ambiente
en un plazo máximo de cincuenta años (Die Zeit 30, p. 15). En síntesis:
se trata de terminar con la producción en masa y con la sociedad de consumo o,
como formula aún más radicalmente El Club de Roma, de poner fin "al sueño americano."
(op. cit., 1991, p. 65). ¿Y qué han sido las ideologías del desarrollo sino el
intento por realizar ese sueño?
La sustentabilidad
no es para El Club de Roma contradictoria con el desarrollo de la tecnología.
De lo que se trata, a juicio de sus autores, es de inventar un tipo de
tecnología en función de sustentabilidad. Por eso se refieren al proceso como a
una "revolución industrial". En función de esas razones proponen
incentivar tecnologías de reciclaje, de mayor grado de eficacia, elevada
utilidad productiva y mejor utilización de los recursos disponibles (ibíd.,
1992, p.113). En términos escuetos, El Club de Roma se plantea
fundar una "economía del ahorro, y no del crecimiento.
Hay pues
una relación de continuidad entre las tesis de Al Gore y los últimos informes de
El Club de Roma. Tanto el conocido político como la afamada institución, han
oficializado con sus publicaciones la idea de una revolución global. Qué lejos están
los tiempos en que la ecología era una palabra políticamente desconocida. Hoy
está tan politizada que ya parece difícil nombrarla sin asociarla con la idea
de revolución. Pero, si es así, se trataría, la ecológica, de una revolución
sin revolucionarios pues, como ya ha sido subrayado, para sus mentores es el ser
humano, como entidad genérica, esto es, como portador de la conciencia
autorreflexiva que se ha dado la naturaleza, el llamado a realizar esta
revolución. En eso hay plena sintonía entre Al Gore y El Club de Roma.
Hay, además, otro punto en común. No se trata, la que
proponen, de una revolución puramente ecológica sino, como repiten incesantemente
sus mentores, "global". Esto quiere decir que se trata de una
revolución que se da en múltiples espacios al mismo tiempo. Para expresar esa
idea de un modo más plástico, se trataría de una revolución que se refleja en
múltiples círculos concéntricos. La ecología es solo uno de esos círculos. De
la misma manera podríamos hablar de una revolución ecológica que se expresa
política o económicamente, o de una revolución política y económica que se
expresa ecológicamente. Sobre esto últimos parece ser necesario insistir.
Por Fernando Mires. Extraído
de la Revolución Que Nadie Soñó, o la otra posmodernidad.
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