sábado, 12 de noviembre de 2011

La Revolución Ecológica (Parte IV: La teoría de la revolución global)


La ecología como práctica política subvierte principios esenciales del racionalismo moderno. Quizás estamos asistiendo a uno de los procesos más revolu­cionarios que haya conocido la historia de la Humanidad, pues gracias a los servicios que nos presta la ecología podemos realizar una suerte de cuestionamiento tridimensional. En primer lugar, el de un orden civilizatorio: la propia modernidad. En segundo lugar, el de un orden socioeconómico: el industrialismo, predominan­temente su forma capitalista (ya que su forma socialista se cuestionó a sí misma, y muy radicalmente). En tercer lugar, el de nosotros mismos.

     No hay revolución global sin subversión del individuo, y viceversa. Pues los proyectos revolucionarios del pasado reducían los cuestionamientos a una relación de externalidad. El que se realiza apelando al recurso de la ecología, internaliza y externaliza los problemas al mismo tiempo. Porque no es sólo un sistema externo a nuestra conciencia el que puede ser hecho responsable del exterminio del planeta. Somos también nosotros mismos. Como decía un amigo, miembro del Partido Verde Alemán, es más fácil que las empresas capitalistas internalicen criterios ecológicos, a que los ecologistas se deshagan de sus automóviles. Dicho aún más radicalmente: quien calla sobre su automóvil, debe callar también sobre la Amazonia. No obstante, la idea de una revolución global que se sirva del conocimiento ecológico, no es nueva. En cierto modo, Al Gore ha dado formato político a un proyecto que vienen presentando desde hace algún tiempo instituciones como El Club de Roma.

     Cuando en 1972, en medio de la llamada crisis petrolera, Denis Meadows, en representación de El Club de Roma hizo público el ya legendario The Limits to Growth (Meadows, 1972), causó un afecto impactante. Por primera vez; un organis­mo tecnocrático autorizado planteaba abiertamente lo que extremas minorías gritaban en los calles de las grandes ciudades. Hoy en día, releyendo el Informe, se podría decir que no todas sus proyecciones se han cumplido, pues los autores trabajan con cálculos lineales que no dejan espacio para la aparición de factores imprevisibles. Pero, por otro lado, se puede afirmar que en alguna medida algunas de sus predicciones catastróficas se han quedado cortas pues en ese tiempo no habían sido computados datos como el SIDA o el agujero en la capa de ozono. De la misma manera, se puede seguir criticando el informe citado en el sentido de que hace de la llamada explosión demográfica un hecho extremadamente determinante, sin preguntarse demasiado acerca de las razones que producen el crecimiento poblacional. No obstante, independientemente de sus muchas carencias, es posible afirmar que el impacto del Informe no residía tanto en sus proyecciones sino en el hecho de que planteaba en forma taxativa que el llamado crecimiento, tanto poblacional como económico, habían llegado a sus límites. "Si se mantiene sin modificar el actual crecimiento, de la población mundial, de la industrialización, de la contaminación ambiental, de los medios de producción alimentarios, en el curso de cien años serán alcanzados los límites absolutos del crecimiento (op. cit., 1992, p. 17). Está de más decir que en los industrialistas años setenta eran muy pocos los que se atrevían a pensar que el llamado crecimiento económico tenía límites. Ya esa constatación era revolucionaria.

     Haciendo justicia a Los límites…, hay que decir que ahí no se entendía todavía como una idea revolucionaría el proyecto de salvar ecológicamente al planeta. De la misma manera a como lo postularía Al Gore después, se trataba de una proposición para subvertir la economía oficial, teniendo como objetivo ya no el crecimiento sino el equilibrio (Gore, 1994, p. 17). En ese período, El Club de Roma pensaba que era posible convencer a los monitores de la economía mundial para que enmendaran rumbo. No obstante, aventuraba proposiciones que en la práctica implicaban una revolución global, usando el término que el mismo Club utilizaría en el futuro para designar la transformación ecológica de nuestro tiempo. "En el presente, y durante un breve momento de la historia, el ser humano posee la eficaz combinación de saber, medios técnicos y recursos naturales, todo lo que es físicamente necesario para crear una nueva forma de comunidad humana, que pueda mantenerse para las futuras generaciones" (op. cit., p, 164). Tres principios básicos de la "revolución global" ya estaban formulados en Los límites... Uno, que la economía debe regirse por el criterio de responsabilidad más que por el de ganancia inmediata. Dos, que es necesario crear prácticas económicas sustentables. Tres, que para ello es necesario una "nueva comunidad humana" lo que quiere decir, en términos más claros, nuevas relaciones sociales y políticas.

     Fue en 1991 cuando El Club de Roma decidió pasar a la ofensiva proponiendo lo que ni siquiera los partidos ecologistas y verdes más radicales se atrevían a plantear; un programa de salvación del planeta bajo el título de "The first Global Revolution (Spiegel Spezial, 2,1991). Aquí es necesario puntualizar que el concep­to "global" encierra dos connotaciones. La primera, se trata de un proyecto planetario. La segunda, que es globalizante, esto es, que no se concentra sólo en cuestiones ambientales o ecológicas sino que, lo que es distinto, la realización de estas últimas supone un programa de transformación económico, político y cultural extremadamente radical. En efecto, "la primera revolución global" puede ser entendida como una suerte de plaidoyer por una nueva visión de la realidad que cuestione los cimientos de la civilización, en el marco de aquella revolución de nuestro tiempo que nadie soñó.

     Para los redactores de la Primera Revolución Global lo que caracteriza el nuevo proceso revolucionario es que carece de un sujeto particular como una clase, una nación, o una ideología, pues compromete a toda la humanidad en su realización (op. cit., p. 10). Su objetivo es, en esencia, normativo. Como postulan sus redactores: "Nosotros necesitamos una nueva visión del mundo en el que querernos vivir; debemos incorporar a nuestras reflexiones los recursos humanos, materiales y morales existentes a fin de que nuestra visión sea realista y viable; y debemos movilizar la energía humana y la voluntad política para crear la nueva sociedad global" (ibíd., p. 10).

     Los objetivos de la Revolución Global no son modestos. Se propone, entre otras cosas, alterar las relaciones de desigualdad entre Norte y Sur a fin de superar el llamado "subdesarrollo" (ibíd., p. 91), reformular el papel de los Estados (ibíd., p. 20), la limitación del concepto mismo de soberanía nacional en función de los intereses globales (ibíd., p. 128), una nueva economía que sea determinada por valores extraeconómicos (ibíd., p. 17), limitación consciente de la población (ibíd., p. 30), etc. Interesante en el informe es el llamado a apoyar iniciativas civiles, partidos políticos y movimientos sociales que se orienten en la perspectiva de­negación del modo industrialista de producción. En síntesis, el motivo central del informe es la idea de una revolución que debe realizarse primero en nuestras conciencias; segundo, en la acción política; tercero, en el desmontaje del orden económico mundial; y cuarto, en la creación de una sociedad más humana.

     Si la revolución ecológica de nuestro tiempo es entendida por El Club de Roma como la primera "global", en el segundo informe Meadows, publicado en 1992 bajo el sugestivo título Beyond the Limits (Meadows/Randers, 1992), es entendida como la "tercera revolución industrial". La intención es algo equívoca. En la literatura económica se entiende comúnmente por "tercera revolución industrial" la generada por la introducción de nuevas tecnologías en los campos de la energía atómica, de la computación y de la genética, cuyas consecuencias se encuentran muchas veces en contradicción con el proyecto de "revolución global". Pero independiente de la enumeración de las revoluciones, lo que nos está diciendo El Club de Roma es que necesitarnos incentivar un proceso que desmonte el andamiaje industrial prevaleciente y lo reemplace por uno cuyo objetivo sea la conservación de la tierra, de sus recursos, y de la especie (ibíd., p. 97). Precisamente en este punto, el nuevo informe hace suyo un concepto que se viene abriendo paso con mucha fuerza: el de "autosustentación" y, como El Club de Roma se ha decidido por una revolución, no trepida en proponer una "revolución por la autosustentación" (ibíd., p. 269) que no sería otra cosa que la revolución global aplicada al campo específico de la economía (suponiendo que ese campo específico exista).

     La tesis de la autosustentación fue popularizada gracias al Informe de la Comisión Brundtland, WCDE, en 19S7 conocido con el título de Nuestro futuro común. La diferencia de ese informe con los publicados por El Club de Roma en 1991 y 1992 es que en el primero la sustentabilidad es entendida como una forma de desarrollo; en cambio, en los dos últimos es entendida como revolución. La diferencia no es semántica. El Club de Roma parece hacerse eco del clamor cada vez más amplio en contra del concepto sociobiológico de desarrollo, pues éste se encuentra en contradicción con la propia filosofía de la sustentabilidad. Por esa razón, los desarrollistas intentaron durante algún tiempo equilibrar lo inequilibrable: desarrollo y sostenibilidad. Así nació el concepto de Sustanaible Developrnent, último grito de la moda en múltiples conferencias y congresos. Hoy, los propios industriales parecen advertir que el concepto de sustentabilidad no solo no tiene nada que ver con el de desarrollo, sino que además quiere decir todo lo contrario. Por ejemplo, un consejo empresarial para el "desarrollo sustentable" celebró una conferencia en la que participaron representantes de BP, Down Chemical y Ciba-Geigy, En el informe se puede leer que si se quiere salvar el planeta, las naciones industriales deben reducir en un cincuenta por ciento el consumo material, su consumo energético, y la destrucción del medio ambiente en un plazo máximo de cincuenta años (Die Zeit 30, p. 15). En síntesis: se trata de terminar con la producción en masa y con la sociedad de consumo o, como formula aún más radicalmente El Club de Roma, de poner fin "al sueño americano." (op. cit., 1991, p. 65). ¿Y qué han sido las ideologías del desarrollo sino el intento por realizar ese sueño?

     La sustentabilidad no es para El Club de Roma contradictoria con el desarrollo de la tecnología. De lo que se trata, a juicio de sus autores, es de inventar un tipo de tecnología en función de sustentabilidad. Por eso se refieren al proceso como a una "revolución industrial". En función de esas razones proponen incentivar tecnologías de reciclaje, de mayor grado de eficacia, elevada utilidad productiva y mejor utilización de los recursos disponibles (ibíd., 1992, p.113). En términos escuetos, El Club de Roma se plantea fundar una "economía del ahorro, y no del crecimiento.

     Hay pues una relación de continuidad entre las tesis de Al Gore y los últimos informes de El Club de Roma. Tanto el conocido político como la afamada institución, han oficializado con sus publicaciones la idea de una revolución global. Qué lejos están los tiempos en que la ecología era una palabra políticamente desconocida. Hoy está tan politizada que ya parece difícil nombrarla sin asociarla con la idea de revolución. Pero, si es así, se trataría, la ecológica, de una revolución sin revolucionarios pues, como ya ha sido subrayado, para sus mentores es el ser humano, como entidad genérica, esto es, como portador de la conciencia autorreflexiva que se ha dado la naturaleza, el llamado a realizar esta revolución. En eso hay plena sintonía entre Al Gore y El Club de Roma.

     Hay, además, otro punto en común. No se trata, la que proponen, de una revolución puramente ecológica sino, como repiten incesantemente sus mentores, "global". Esto quiere decir que se trata de una revolución que se da en múltiples espacios al mismo tiempo. Para expresar esa idea de un modo más plástico, se trataría de una revolución que se refleja en múltiples círculos concéntricos. La ecología es solo uno de esos círculos. De la misma manera podríamos hablar de una revolución ecológica que se expresa política o económicamente, o de una revolución política y económica que se expresa ecológicamente. Sobre esto últimos parece ser necesario insistir.


Por Fernando Mires. Extraído de la Revolución Que Nadie Soñó, o la otra posmodernidad.

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