La ecología
política busca su identidad teórica y política en un mundo en mutación, en el
que las concepciones y conceptos que hasta ahora orientaron la inteligibilidad
del mundo y la acción práctica, parecen desvanecerse del campo del lenguaje
significativo. Sin embargo, el pensamiento dominante se resiste a abandonar el
diccionario de las prácticas discursivas que envuelven a la ecología política
(como a todos los viejos y nuevos discursos que acompañan la desconstrucción
del mundo) a pesar de que han perdido todo peso explicativo y resuenan como la
nostalgia de un mundo para siempre pasado, para siempre perdido: el del
pensamiento dialéctico, el de la universalidad y unidad de las ciencias, el de
la esencia de las cosas y la trascendencia de los hechos. Y sin embargo algo
nuevo puja por salir y manifestarse en este mundo de incertidumbres, de caos y
confusión, de sombras y penumbras, donde a través de los resquicios y
resquebrajamientos de la racionalidad monolítica del pensamiento totalitario,
se asoman las primeras luces de la complejidad ambiental.
Llamemos a ese algo
inconformidad, lucidez mínima, necesidad de comprensión y de emancipación.
Mientras los juegos de lenguaje son infinitos para seguir imaginando este mundo
de ficción y virtualidad, también lo son para avizorar futuros posibles, para
construir utopías, para reconducir la vida. Y el pensamiento que ya nunca será
único ni servirá como instrumento de poder, busca comprender, enlazar su poder
simbólico y sus imaginarios para reconducir lo real. Y si este proceso no
deberá sucumbir al poder perverso y anónimo de la hiperrealidad y la simulación
guiadas por el poder o por la aleatoriedad de las cosas, un principio básico
seguirá sosteniendo la existencia en la razón, y es la de la consistencia del
pensamiento, consistencia que nunca será total en un mundo que nunca será
totalmente conocido y controlado por el pensamiento. Que nunca más será regido
por razones de fuerza mayor.
La crisis ambiental marca el límite del
logocentrismo y la voluntad de unidad y universalidad de la ciencia, del
pensamiento único y unidimensional, de la racionalidad entre fines y medios, de
la productividad económica y la eficiencia tecnológica, del equivalente
universal como medida de todas las cosas, que bajo el signo monetario y la
lógica del mercado han recodificado al mundo y los mundos de vida en términos
de valores de mercado intercambiables y transables. De allí que la emancipación
se plantee no sólo como un antiesencialismo, sino como de-sujeción de la
sobre-economización del mundo. Lo anterior implica resignificar los principios
liberadores de la libertad, la igualdad y la fraternidad como principios de una
moral política que terminó siendo cooptada por el liberalismo económico y
político por la ecualización y privatización de los derechos individuales, de
fraternidades disueltas por el interés y la razón de fuerza mayor , para
renombrarlos en la perspectiva de la desujeción y la emancipación, de la
equidad en la diversidad, de la solidaridad entre seres humanos con culturas,
visiones e intereses colectivos, pero diferenciados.
La ecología política es una política de la
diferencia, de la diversificación de sentidos; más allá de una política para la
conservación de la biodiversidad que sería recodificada y revalorizada como un
universal ético o por el equivalente universal del mercado, es una
transmutación de la lógica unitaria hacia la diversificación de proyectos de
sustentabilidad y ecodesarrollo. Esta política es una revolución que abre los
sentidos civilizatorios, no por ser una revolución de la naturaleza ni del conocimiento
científico-tecnológico (biotecnológica), sino por ser una revolución del orden
simbólico, lo que implica poner el espíritu desconstruccionista del pensamiento
posmoderno al servicio de una política de la diferencia, proponer la
"imaginación abolicionista" como principio de libertad y de
sustentabilidad:
La agenda abolicionista propone
comunidades autogestionarias establecidas de acuerdo al ideal de organización
espontánea: los vínculos personales, las relaciones de trabajo creativo,
los grupos de afinidad, los cabildos comunales y vecinales; fundadas en el
respeto y la soberanía de la persona humana, la responsabilidad ambiental y el
ejercicio de la democracia directa "cara a cara" para la toma de
decisiones en asuntos de interés colectivo. Esta agenda apuntaba a cambiar
nuestro rumbo hacia una civilización de la diversidad, una ética de la
frugalidad y una cultura de baja entropía, reinventando valores, desatando los
nudos del espíritu, sorteando la homogeneidad cultural con la fuerza de un planeta
de pueblos, aldeas y ciudades diversos. (Borrero, 2002, p. 136)
El discurso de la ecología política no es
el discurso lineal que hace referencia a los "hechos", sino aquél de
la poesía y la textura conceptual que al tiempo que enlaza la materia, los
símbolos y los actos que constituyen su territorio y su autonomía de su campo
teórico-político, también llevan en ciernes la desconstrucción de los discursos
de los paradigmas y las políticas establecidas, para abrirse hacia el proceso
de construcción de una nueva racionalidad a partir de los potenciales de la
naturaleza y los sentidos de la cultura, de la actualización de identidades y
la posibilidad de lo que "aún no es".
La ecología política no solamente explora
y actúa en el campo del poder que se establece dentro del conflicto de
intereses por la apropiación de la naturaleza; a su vez hace necesario repensar
la política desde una nueva visión de las relaciones de la naturaleza, la
cultura y la tecnología. Más que actuar en el espacio de una complejidad
ambiental emergente, se inscribe en la búsqueda de un nuevo proyecto libertario
para abolir toda relación jerárquica y toda forma de dominación. Más allá de
estudiar los conflictos ambientales, está constituida por un conjunto de
movimientos sociales y prácticas políticas que se manifiestan dentro de un
proceso de emancipación. La ecología política se funda en un nuevo pensamiento
y en una nueva ética: una ética política para renovar el sentido de la vida
(Leff, 2002; PNUMA 2002).
Así, dentro de la imaginación
abolicionista y el pensamiento libertario que inspira a la ecología política,
la disolución del poder de una minoría privilegiada para sojuzgar a las
mayorías excluidas es tarea prioritaria para la ecología política. La ecología política
de América Latina deberá ser un árbol cultivado por nuestras vidas y las de
tantos movimientos sociales que se cobijan bajo su follaje; un árbol con ramas
que enlacen diversas lenguas, una Babel donde nos comprendamos desde nuestras
diferencias, donde cada vez que alcemos el brazo para alcanzar sus frutos
degustemos el sabor de cada terruño de nuestra geografía, de cada cosecha de
nuestra historia y cada producto de nuestra invención. De ser así, tal vez no
tardemos mucho en darle nombre propio a su savia, como esos seringueiros que se
inventaron como seres en este mundo bajo el nombre de ese árbol del que con su
ingenio extrajeron el alimento de sus cuerpos y vida de su cultura.
Por
Enrique Leff
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