En el curso
de la historia, la naturaleza se fue construyendo como un orden ontológico y
una categoría omnicomprensiva de todo lo real. Lo natural se convirtió en un
argumento fundamental para legitimar el orden existente, tangible y objetivo.
Lo natural era lo que tenía "derecho de ser". En la modernidad, la
naturaleza se convirtió en objeto de dominio de las ciencias y de la
producción, al tiempo que fue externalizada del sistema económico; se
desconoció así el orden complejo y la organización ecosistémica de la
naturaleza, en tanto que se fue convirtiendo en objeto de conocimiento y en
materia prima del proceso productivo. La naturaleza fue desnaturalizada
para convertirla en recurso e insertarla en el flujo unidimensional del valor y
la productividad económica. Esta naturalidad del orden de las cosas y del mundo
la naturalidad de la ontología y la epistemología de la naturaleza fue
construyendo una racionalidad contra natura, basada en leyes naturales
inexpugnables, ineluctables, inconmovibles.
No es sino hasta los años sesenta y
setenta en adelante que la naturaleza se convierte en referente político, no
sólo de una política de Estado para la conservación de las bases naturales de
sustentabilidad del planeta, sino como objeto de disputa y apropiación social,
al tiempo que emergen por fuera de la ciencia diversas corrientes
interpretativas, en las que la naturaleza deja de ser un objeto a ser dominado
y desmembrado para convertirse en un cuerpo a ser seducido, resignificado,
reapropiado. De allí todas las diversas ecosofías, desde la ecología profunda
(Naess), el ecosocialismo (O' Connor) y el ecoanarquismo (Bookchin), que nutren
a la ecología política. En estas perspectivas, la ecología viene a jugar un
papel preponderante en el pensamiento reordenador del mundo. La ecología se
convierte en el paradigma que, basado en la comprensión de lo real y del
conocimiento como un sistema de interrelaciones, orienta el pensamiento y la
acción en una vía reconstructiva. De esta manera se establece el campo de una
ecología generalizada (Morin) donde se configura toda una serie de teorías y
metodologías que iluminan y asechan el campo de la ecología política, desde las
teorías de sistemas y los métodos interdisciplinarios, hasta el pensamiento de
la complejidad (Floriani, 2003).
Se propuso así un cambio de paradigma
epistemológico y societario, del paradigma mecanicista al paradigma ecológico,
que si bien contraponía al fraccionamiento de las ciencias la visión holística
de un mundo entendido como un sistema de interrelaciones, interdependencias y
retroalimentaciones, abriendo el conocimiento hacia la novedad y la emergencia,
al caos y a la incertidumbre, la conciencia y la creatividad, no renunció a su
pulsión totalizadora y objetivante del mundo. Se generó así un nuevo
centralismo teórico, que si empezaba a enfrentar el logocentrismo de las
ciencias, no ha penetrado el cerco de poder del pensamiento unidimensional
asentado en la ley unitaria y globalizante del mercado. La ecología se fue
haciendo política y la política se fue ecologizando, pero a fuerza de abrir la
totalidad sistémica fuera de la naturaleza, hacia el orden simbólico y
cultural, hacia el terreno de la ética y de la justicia (Borrero, 2002).
Las corrientes dominantes de pensamiento
que alimentan la acción ecologista, van complejizando a la naturaleza, pero no
logran salir de la visión naturalista que, desde la biosociología hasta los
enfoques sistémicos y la ecología generalizada, no han logrado romper el cerco
de naturalización del mundo en el que la ley natural objetiva vela las
estrategias de poder que han atravesado en la historia las relaciones
sociedad-naturaleza.
La ecología política es por ello el
terreno de una lucha por la desnaturalización de la naturaleza: de las
condiciones "naturales" de existencia, de los desastres
"naturales", de la ecologización de las relaciones sociales. No se
trata tan sólo de adoptar una perspectiva constructivista de la naturaleza,
sino política, donde las relaciones entre seres humanos entre ellos y con la
naturaleza se construyen a través de relaciones de poder (en el saber, en la
producción, en la apropiación de la naturaleza) y los procesos de
"normalización" de las ideas, discursos, comportamientos y políticas.
Más allá de los enfoques ecologistas que
siguen dominando el pensamiento ambiental, nuevas corrientes constructivistas y
fenomenológicas están contribuyendo a la desconstrucción del concepto de
naturaleza, resaltando el hecho de que la naturaleza es siempre una naturaleza
marcada, significada, geo-grafiada. Dan cuenta de ello los recientes estudios
de la nueva antropología ecológica (Descola y Pálsson, 2001) y de la geografía
ambiental (Gonçalves, 2001), que muestran que la naturaleza es producto no de
una evolución biológica, sino de una coevolución de la naturaleza y las
culturas que la han habitado. Son estas "naturalezas orgánicas"
(Escobar), las que han entrado en competencia y conflicto con la naturaleza
capitalizada y tecnologizada por una cultura globalizada que hoy en día impone
su imperio hegemónico y homogeneizante bajo el dominio de la tecnología y el
signo unitario del mercado.
La ecología
política se establece en el encuentro, confrontación e hibridación de estas racionalidades
desemejantes y heterogéneas de relación y apropiación de la naturaleza. Más
allá de pensar estas racionalidades como opuestos dialécticos, la ecología
política es el campo en el cual se están construyendo en una historia ambiental
cuyos orígenes se remontan a una historia de resistencias anticolonialistas y
antiimperialistas nuevas identidades culturales en torno a la defensa de las
naturalezas culturalmente significadas y a estrategias novedosas de
"aprovechamiento sustentable de los recursos", de los cuales basta
citar la invención de la identidad del seringueiro y de sus reservas
extractivistas en la amazonía brasileña, y más recientemente el proceso de las
comunidades negras del Pacífico de Colombia. Estas identidades se han
configurado a través luchas de resistencia, afirmación y reconstrucción del ser
cultural frente a las estrategias de apropiación y transformación de la
naturaleza que promueve e impone la globalización económica. Porto Gonçalves ha
caracterizado a estos procesos culturales como movimientos de re-existencia.
Por
Enrique Leff
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