A continuación se extrae para ustedes una de las lecturas, que ha consideración nuestra debería ser obligatoria si se quisiera entender el contexto actual en el que se esta viviendo. Fernando Mires, un ensayista chileno, nos expresa muy bien esos cambios revolucionarios que la sociedad de hoy está viviendo; que todos sentimos y palpamos. La Revolución que nadie soñó o la otra posmodernidad, cuenta con cinco capítulos, quisimos traer para ustedes el capítulo tres: La Revolución Ecológica.
Cada
acontecimiento histórico produce sus signos. Muchos signos de nuestro
tiempo se encuentran en aquellos documentos cifrados de la modernidad que son
los libros, "La revolución que nadie sonó" también posee signos que
ya son documentos, y documentos que ya son libros.
En 1992, el entonces
senador norteamericano —y actual vicepresidente de Estados Unidos— Al Gore,
publicó un libro lleno de signos titulado Earth in the Balance. Ecology and Human Spirit (1994). Ese
libro ha llegado a ser un hit editorial, y sin duda —para arqueólogos de
futuros milenios (suponiendo que la especie humana sobreviva a algunos
pronósticos contenidos en ese mismo libro)— será un documento histórico quizás
más decisivo que Los límites del crecimiento, publicado en 1972 por El
Club de Roma, o que el Fin de la historia, de Fukujama. Con deliberada
exageración podría afirmarse que representa una especie de Perestroika de
Occidente.
Sin negar los indudables méritos
literarios, filosóficos, e incluso científicos del texto señalado, es evidente
que gran parte de su importancia histórica resido en el propio autor. Pues, que
un vicepresidente de Estados Unidos, que no es precisamente el país más ecológico de la tierra, escriba
un libro acerca de las relaciones entre la naturaleza y el espíritu humano, es
algo que hay que tomar en serio. El
pensamiento ecologista después de ser, cuando no vilipendiado, ignorado,
parece, definitivamente, haber llegado a las más altas esferas, del mismo modo
como cuando el cristianismo hizo su entrada triunfal después de haber habitado
largo tiempo en las catacumbas, hasta alcanzar a los propios personeros del
Estado.
Un
palimpsesto de nuestro tiempo
No estoy muy seguro de si en la futura
historiografía relativa a nuestra "antigüedad", a Al Gore le estará
reservado el rol de Teodosio o Constantino. En cambio, si estoy seguro de que
la articulación discursiva condensada en estilos de pensamiento ecológicos
parece, efectivamente, hacer su entrada triunfal en los salones del Estado, Al Gore
lo demuestra, y de una manera contundente. Lejos están los tiempos en que la
palabra ecología sólo la conocían algunos biólogos.
Después de larguísimas
discusiones, las tesis que plantean como condición de la sobrevivencia humana
la defensa de la naturaleza, han pasado a ser códigos indispensables del pensar
político. Hasta el político más industrialista se siente obligado hoya incluir
en algún punto de su programa conceptos como medio ambiente, ecología, o
simplemente naturaleza. Una política que no recurra a la ecología parece ser
tan impensable como una que en el pasado no hubiese recurrido a la economía.
Pero no son sólo las cavilaciones
eco-filosóficas de Al Gore las que marcan un quiebre teórico en los
discursos políticos, sino el hecho de que éstas alcanzan en su libro una
dimensión programática expresada en lo que él llama un Plan Marshall para
salvar el planeta, tarea que a su juicio nos incluye a todos en tanto que somos
ciudadanos de la misma tierra. Por primera vez, y ésta parece ser una opinión
cada vez más generalizada, la humanidad se enfrenta a una tarea común que
implica, para ser realizada, una verdadera revolución que abarca todos los
niveles de la existencia (Gore, 1994, p, 20). Pero no se trata, a su juicio, de
un proyecto puramente organizativo a ser realizado por determinados Estados, aunque
efectivamente Al Gore compromete como principales ejecutores de la revolución
ecológica a los países
más industrializados y dentro de ellos, en primer lugar a Estados Unidos, dada
la responsabilidad que le incumbe en la destrucción ecológica (ibíd., p. 318), sino
que involucra también el alma misma de cada individuo pues es ahí donde ha
anidado la lógica que ha hecho posible que, sobre otros principios éticos y
políticos, se haya impuesto el de la destructibilidad. La destructibilidad
frente a la naturaleza sería, en este sentido, una expresión más de una destructibilidad
inter-social, y, no por último, inter-humana. La revolución que él propone no
es por lo tanto sólo ecológica, sino una revolución integral que se expresaría
ecológicamente. La ecología, en el discurso de Al Gore, es uno de los más
decisivos puntos en la transformación radical de las lógicas de acción que
hasta entonces vienen rigiendo el curso de la historia humana.
Las
bases de la teoría político-ecológica de Al Gore son antropológicas, Según su opinión,
las relaciones agresivas que mantenernos con el medio ambiente son producto de
un desequilibrio existencial entre ser humano y contorno natural. A su vez, ese
desequilibrio opera como consecuencia de una disociación entre personas y
naturaleza. Esa disociación, al producir relaciones de desequilibrio con el
medio ambiente, al ser interiorizada, se traduce en una disociación espiritual
o psíquica. "Por eso estoy convencido", escribe, "de que la
restauración del equilibrio ecológico de la Tierra depende de algo más que de
nuestra capacidad para restablecer una
equivalencia entre la enorme avidez de la civilización en búsqueda de recursos,
y el frágil equilibrio de la Tierra; eso depende además de nuestra capacidad
para restablecer el equilibrio entre nosotros mismos y la civilización. Por
último, debemos reencontrar el equilibrio en nosotros mismos, entre lo que
somos y lo que hacemos" (ibíd., pp. 24-25).
Precisamente apelando a algunas tesis
psicológicas relativas a las llamadas "familias disfuncionales", que
son las que no se encuentran en condiciones de formar a sus miembros de acuerdo
con las pautas de la normatividad social imperante, Al Gore entiende la
sociedad moderna también como disfuncional, pues ésta no se encuentra en
condiciones de integrar a sus miembros, ya que dicha civilización se basa en una
realidad escindida (naturaleza/sociedad).
La desvinculación
producida entre seres humanos y contorno natural, determina un comportamiento
agresivo respecto de todo lo que provenga o tenga que ver con el mundo natural.
Una de las formas más notorias de esa agresividad es el consumo desenfrenado. A
través dejos productos que consumimos, transformamos la realidad en objeto
pasivo. La naturaleza es reducida así al papel de simple recurso, al servicio
de nuestras ambiciones, deseos y lujurias. En consecuencia, la civilización
moderna, para Al Gore, está psíquicamente enferma y por eso mismo, muchos de
sus miembros; ni siquiera captan la profundidad de la enfermedad que los
afecta. “Como los miembros de una familia disfuncional que se anestesian
emocionalmente frente al dolor, que de todas maneras sienten,
nuestra civilización disfuncional ha desarrollado una anestesia, que nos preserva del
dolor de nuestra disociación respecto a la Tierra" (ibíd., p, 237). De
este modo, es la conclusión que puede ser extraída de las tesis antropológicas
de Al Gore, experimentamos una suerte de triple separación: entre nosotros y la
naturaleza, entre nosotros y la sociedad, y dentro de nosotros mismos (ibíd., p.
255).
Hecho tal diagnóstico, Gore propone la
terapia correspondiente: restaurar las relaciones de equilibrio, mediante la
superación de la escisión producida entre los seres humanos con respecto a su
ambiente. La ecología se transforma en un medio que hace posible esta
integración; el camino que permite resolver la disfuncionalidad vital de
nuestra civilización.
Por Fernando Mires. Extraído
de la Revolución Que Nadie Soñó, o la otra posmodernidad.
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