La ecología
política se encuentra en el momento fundacional de un campo teórico-práctico.
Es la construcción de un nuevo territorio del pensamiento crítico y de la
acción política. Situar este campo en la geografía del saber no es tan sólo
delimitar su espacio, fijar sus fronteras y colocar membranas permeables con
disciplinas adyacentes. Más bien implica desbrozar el terreno, dislocar las
rocas conceptuales y movilizar el arado discursivo que conforman su suelo
original para construir las bases seminales que den identidad y soporte a este
nuevo territorio; para pensarlo en su emergencia y en su trascendencia en la
configuración de la complejidad ambiental de nuestro tiempo y en la
construcción de un futuro sustentable.
La ecología política en germen abre una
pregunta sobre la mutación más reciente de la condición existencial del hombre.
Partiendo de una crítica radical de los fundamentos ontológicos y metafísicos
de la epistemología moderna, más allá de una política fundada en la diversidad
biológica, en el orden ecológica y en la organización simbólica que dan su
identidad a cada cultura, la ecología política viene a interrogar la condición
del ser en el vacío de sentido y la falta de referentes generada por el
dominio de lo virtual sobre lo real y lo simbólico, de un mundo donde
parafraseando a Marshal Berman, todo lo sólido se desvanece en el aire.
A la ecología política le conciernen no sólo los conflictos de distribución
ecológica, sino el explorar con nueva luz las relaciones de poder que se entretejen
entre los mundos de vida de las personas y el mundo globalizado.
Pues si la mirada del mundo desde la
hermenéutica y el constructivismo ha superado la visión determinista de la
historia y el objetivismo de lo real, si el mundo está abierto al azar y a la
incertidumbre, al caos y al descontrol, al diseño y a la simulación, tenemos
que preguntarnos, ¿que grado de autonomía tiene la hiperrealidad del mundo
sobre-economizado, hiper-tecnologizado y súper-objetivado sobre el ser? ¿en qué
sentido se orienta el deseo, la utopía, el proyecto, en la reconfiguración del
mundo guiado por intereses individuales, imaginarios sociales y proyectos
colectivos? ¿Qué relaciones y estrategias de poder emergen en este nuevo mundo
en el que el aleteo de las mariposas puede llegar a conmover, derribar y
reconstruir las armaduras de hierro de la civilización moderna y las rígidas
estructuras del poder y del conocimiento? ¿Qué significado adquiere la
libertad, la identidad, la existencia, la política?
La ecología política construye su campo de
estudio y de acción en el encuentro y a contracorriente de diversas
disciplinas, pensamientos, éticas, comportamientos y movimientos sociales. Allí
colindan, confluyen y se confunden las ramificaciones ambientales y ecológicas
de nuevas disciplinas: la economía ecológica, el derecho ambiental, la
sociología política, la antropología de las relaciones cultura-naturaleza, la
ética política. Podemos afirmar sin embargo que no estamos ante un nuevo
paradigma de conocimiento o un nuevo paradigma social. Apenas comenzamos a
indagar sobre el lugar que le corresponde a un conjunto de exploraciones que no
encuentran acomodo dentro de las disciplinas académicas tradicionales. La
ecología política es un campo que aún no adquiere nombre propio; por ello se le
designa con préstamos metafóricos de conceptos y términos provenientes de otras
disciplinas para ir nombrando los conflictos derivados de la distribución
desigual y las estrategias de apropiación de los recursos ecológicos, los bienes
naturales y los servicios ambientales. Las metáforas de la ecología política se
hacen solidarias del límite del sentido de la globalización regida por el valor
universal del mercado para catapultar al mundo hacia una reconstrucción de las
relaciones de lo real y lo simbólico; de la producción y el saber.
La ecología política emerge en el hinterland
de la economía ecológica para analizar los procesos de significación,
valorización y apropiación de la naturaleza que no se resuelven ni por la vía
de la valoración económica de la naturaleza ni por la asignación de normas
ecológicas a la economía; estos conflictos socio-ambientales se plantean en
términos de controversias derivadas de formas diversas y muchas veces
antagónicas de significación de la naturaleza, donde los valores políticos y
culturales desbordan el campo de la economía política, incluso de una economía
política de los recursos naturales y servicios ambientales. De allí surge esa
extraña politización de "la ecología".
En la ecología política han anidado así
términos que derivan de campos contiguos la economía ecológica , como el de
distribución ecológica, definido como una categoría para comprender las
externalidades ambientales y los movimientos sociales que emergen de
"conflictos distributivos"; es decir, para dar cuenta de la carga
desigual de los costos ecológicos y sus efectos en las variedades del
ambientalismo emergente, incluyendo movimientos de resistencia al
neoliberalismo, de compensación por daños ecológicos y de justicia ambiental.
La distribución ecológica designa "las asimetrías o desigualdades
sociales, espaciales, temporales en el uso que hacen los humanos de los
recursos y servicios ambientales, comercializados o no, es decir, la
disminución de los recursos naturales (incluyendo la pérdida de biodiversidad)
y las cargas de la contaminación" (Martínez-Alier, 1997).
La distribución ecológica comprende pues
los procesos extraeconómicos (ecológicos y políticos) que vinculan a la
economía ecológica con la ecología política, en analogía con el concepto de
distribución en economía, que desplaza a la racionalidad económica al campo de
la economía política. El conflicto distributivo introduce a la economía
política del ambiente las condiciones ecológicas de supervivencia y producción
sustentable, así como el conflicto social que emerge de las formas dominantes
de apropiación de la naturaleza y la contaminación ambiental. Sin embargo, la
distribución ecológica apunta hacia procesos de valoración que rebasan a la
racionalidad económica en sus intentos de asignar precios de mercado y costos
crematísticos al ambiente, movilizando a actores sociales por intereses
materiales y simbólicos (de supervivencia, identidad, autonomía y calidad de
vida), más allá de las demandas estrictamente económicas de propiedad de los
medios de producción, de empleo, de distribución del ingreso y de desarrollo.
La distribución ecológica se refiere a la
repartición desigual de los costos y potenciales ecológicos, de esas
"externalidades económicas" que son inconmensurables con los valores
del mercado, pero que se asumen como nuevos costos a ser internalizados por la
vía de instrumentos económicos, de normas ecológicas o de los movimientos
sociales que surgen y se multiplican en respuesta al deterioro del ambiente y
la reapropiación de la naturaleza.
En este
contexto se ha venido configurando un discurso reivindicativo en torno a la
idea de la deuda ecológica, como un imaginario y un concepto estratégico
movilizador de una conciencia de resistencia a la globalización del mercado y
sus instrumentos de coerción financiera, cuestionando la legitimidad de la
deuda económica de los países pobres, buena parte de ellos de América Latina.
La deuda ecológica pone al descubierto la parte más grande y hasta ahora
sumergida del iceberg del intercambio desigual entre países ricos y
pobres, es decir, la destrucción de la base de recursos naturales de los países
llamados subdesarrollados, cuyo estado de pobreza no es consustancial a una
esencia cultural o a su limitación de recursos, sino que resulta de su
inserción en una racionalidad económica global que ha sobre-explotado a su
naturaleza, degradado a su ambiente y empobrecido a sus pueblos. Sin embargo,
esta deuda ecológica resulta inconmensurable, pues no hay tasas de descuento
que logren actualizarla ni instrumento que logre medirla. Se trata de un
despojo histórico, del pillaje de la naturaleza y subyugación de sus culturas
que se enmascara en un mal supuesto efecto de la dotación y uso eficaz y
eficiente de sus factores productivos.
Hoy, este pillaje del tercer mundo se
proyecta al futuro, a través de los mecanismos de apropiación de la naturaleza
por la vía de la etno-bio-prospección y los derechos de propiedad intelectual
del "Norte" sobre los derechos de propiedad de las naciones y pueblos
del "Sur". La biodiversidad representa su patrimonio de recursos
naturales y culturales, con los que han co-evolucionado en la historia, el
hábitat en donde se arraigan los significados culturales de su existencia. Estos
son intraducibles en valores económicos. Es aquí donde se establece el umbral
entre lo que es negociable e intercambiable entre deuda y naturaleza, y lo que
impide dirimir el conflicto de distribución ecológica en términos de
compensaciones económicas.
El campo de
la ecología política se abre en un horizonte que desborda el territorio de la
economía ecológica. La ecología política se localiza en los linderos del
ambiente que puede ser recodificado e internalizado en el espacio paradigmático
de la economía, de la valorización de los recursos naturales y los servicios
ambientales. La ecología política se establece en ese espacio que es el del
conflicto por la reapropiación de la naturaleza y de la cultura, allí donde la
naturaleza y la cultura resisten a la homologación de valores y procesos
(simbólicos, ecológicos, epistemológicos, políticos) inconmensurables y a ser
absorbidos en términos de valores de mercado. Allí es donde la diversidad
cultural adquiere derecho de ciudadanía como una política de la diferencia,
de una diferencia radical, en cuanto que lo que está allí en juego es más y
otra cosa que la distribución equitativa del acceso y los beneficios económicos
derivados de la puesta en valor de la naturaleza.
Por
Enrique Leff
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