Mientras saquean en busca de beneficios económicos,
quienes arrasan las tierras y los mares solo piensan en el dinero para hoy, sin
pensar que están acabando con su propio botín para mañana. Las redes de nailon
han revolucionado la industria pesquera, dicen los propietarios de las flotas.
Pero quienes utilizan redes de nailon han creado una industria competidora: la
pesca fantasma. Cada año, cientos de millones de kilos de materiales de
plástico utilizados por las flotas comerciales (redes, sedales, boyas) se
hunden hasta el fondo. Las redes de algodón se desintegran, las de nailon, no.
Habla de las explosiones con dinamita para
pesca y como el 90% de los peces que matan, se hunden y se pudren en el fondo;
de los que echan chorros de cianuro con el fin de anestesiar a los peces
tropicales y recogerlos para el comercio, matando el coral y muchas otras
especies; de los millones de botes de recreo que sin conciencia y de forma
abusiva, lanzan sus anclas cada día rompiendo corales en todos los arrecifes
del mundo, arrasando las praderas de posidonia (los bosques del mar); de las
deforestaciones tropicales y el abuso en la destrucción de los bosques del
mundo.
Se lamenta que por el momento estamos atrapados en
el círculo vicioso del saqueo: la degradación que hemos causado nos embota los
sentidos y de este modo se autoperpetúa. Con cada extinción de una especie, con
cada destrucción de un paisaje, con cada corrupción de una masa de agua, la
gente se da cuenta de que la vida es menos agradable, pero luego descubren que
la desolación no es la muerte, que pueden sobrevivir y por fin se acostumbran
adaptándose a una calidad de vida más baja. El empobrecimiento del medio
ambiente corre paralelo al empobrecimiento del espíritu. Cada uno, es causa del
otro, y ambos se agravan progresivamente.
Cuenta Jacques Cousteau, que su hijo se hizo amigo
del Jefe de una tribu indígena del Amazonas cerca de la frontera entre Ecuador
y Perú. Un día, el jefe llamado Kukush, le informó que los miembros más sabios
de la tribu se habían reunido; necesitaban una nueva canoa y habían discutido
la grave decisión de si debían talar un árbol. Por fin, habían decidido hacerlo
y rezaban a los dioses para que los perdonaran. Pero para Kukush, una plegaria
no era suficiente. Para remplazar el árbol que habían tomado, Kuskush plantó
varios centenares. No eran mas que plántulas, nunca crecerían lo bastante como
para que él o su tribu pudieran utilizarlos durante su vida. Aquellos árboles
eran para sus nietos. Eran para la Tierra. Hermosa lección de amor.
En este mismo sentido Cousteau denuncia que la
industria comercial sigue el credo “coge el dinero y corre”. Consideran más
conveniente erradicar todo un banco pesquero, invirtiendo en beneficios
inmediatos, que gestionar la pesca como un recurso frágil, pero renovable.
Nuestra voraz pesca está agotando los cofres de proteínas del mundo, en lugar
de llenarlos.
Ante la necesidad de amortizar sus costosos buques
industriales, adictas para siempre a créditos bancarios y subsidios
gubernamentales, la industria pesquera solo sirve para perpetuar el caos.
Conjuntamente, estos grupos de presión reclaman menos regulaciones, mayor apoyo
a los precios, más créditos gubernamentales, más subsidios para los barcos y
más tecnología. Hablan de capturas monumentales y hacen promesas vacías sobre
la abundancia de los años venideros. Pocos hablan en defensa del consumidor,
que ahora paga precios desorbitados por el pescado en las pescaderías e
indirectamente en forma de impuestos. Pocos hablan en defensa de los peces,
mientras las poblaciones adicionales de especies comestibles siguen
reduciéndose. Pocos hablan a favor de los mares, mientras unas costas tras
otras se agotan y pasan a unirse al océano agotado. Todo el mundo habla del
presente, pocos hablan del futuro.
Un ejemplo de lo que dice Jacques, lo hemos tenido
recientemente cuando la Unión Europea no ha renovado el contrato para 2011 con
Marruecos que autorizaba la pesca intensiva y comercial a 135 barcos europeos,
entre ellos muchos de España, por 31 millones de euros. Hemos agotado nuestros
caladeros y dependemos de terceros países para abastecernos de pescado. Otras
formas, como bien señala él, se encuentran en las inversiones en enormes buques
“factoría”, auténticas industrias flotantes equipadas con la maquinaria
necesaria para cortar cabezas, extraer espinas, filetear, empaquetar y congelar
trozos prácticamente genéticos de pescado irreconocible. Los pesqueros de
arrastre dragan los fondos del océano con redes cónicas que mantienen abiertas
por medio de un marco de acero de dos toneladas y media, arrancando los peces
del fondo al tiempo que destruyen su hábitat. El aumento de la capacidad
tecnológica solo ha conseguido agravar la sobreexplotación. Bien es verdad, que
los pescadores han acabado con poblaciones de peces sin la ayuda de la tecnología
mucho antes de que la pesca industrial dotara a sus barcos se sónares
panorámicos de localización. La tecnología avanzada solo ha añadido velocidad a
la devastación; mientras que antes se tardaba décadas en arruinar un caladero o
población, hoy podemos realizar la hazaña en solo unas pocas temporadas.
Cousteau no se queda en estos datos, va más allá.
Afirma que una industria que destina una tercera parte de sus productos a
animales de granja para piensos, no se dedica a alimentar a las personas. Si
realmente queremos alimentar con pescado a los hambrientos del mundo ¿por qué
las naciones industrializadas han agotado las aguas de las regiones del mundo
donde se pasa hambre o están agotando sus caladeros? Los caladeros vacíos del
Tercer Mundo, los peces vendidos para alimentar cerdos, el desperdicio de peces
sin interés comercial, todo apunta al hecho de que no agotamos las aguas del
mundo en busca de comida, sino en busca de beneficios. Sin embargo, la pesca no
sustenta la economía hoy ni lo ha hecho nunca. En la mayoría de los países, la
pesca representa menos del 1 % del PIB. Se pregunta: ¿por qué una industria
como la pesquera que contribuye tan poco a la sociedad posee una influencia tan
desproporcionada?. La respuesta es simple: la fuerza del grupo de presión
pesquero se deriva en la enormidad de sus pérdidas potenciales. Los pescadores
tienen mucha influencia y los hostigados políticos locales no piensan en
términos de las futuras temporadas de pesca, sino en las próximas elecciones.
En 1967 Arvid Pardo, delegado maltés en las
Naciones Unidas, sorprendió a la comunidad global con una propuesta noble:
declarar el mar y sus recursos “patrimonio común de la humanidad”, del que no
debía apropiarse ninguna nación para su propio beneficio, sino que debía ser salvaguardado
por todas las naciones para el beneficio de toda la humanidad. Inspirado por
sus palabras, los miembros de la Asamblea General de las naciones Unidas
aprobaron de manera unánime la declaración de Pardo e instituyeron un Comité de
los Fondos marinos para que elaborara la legislación que plasmara aquel
magnánimo concepto. Por desgracia, nunca llegó a funcionar por los intereses
que todos sabemos.
Yacques escribe en este capítulo que solo
conseguiremos proteger nuestros caladeros si dejamos de desobedecer todas las
leyes políticas y comenzamos a cumplir unas pocas leyes naturales. Si
simplemente cejamos en nuestra obsesión por las reglas dirigidas a proteger a
los pescadores y comenzamos a respetar las reglas que también protegen a los
peces. Si respetamos las leyes biológicas de las pesquerías, a los pocos años
podríamos llegar a duplicar las capturas actuales, alcanzando las proyecciones
que hoy nos parecen quimeras. Podríamos convertir nuestras famosas ZEE, que son
zonas nacionales de explotación, en ZNR, zonas nacionales de responsabilidad.
Podemos dejar de insistir en que el recurso pertenece a todas las naciones para
agotarlo y comenzar a darnos cuenta de que pertenece a todas las naciones
para protegerlo. Para poner fin a la anarquía de la pesca, debemos crear una
Autoridad del Océano Global que establezca normas racionales que cada nación
costera, haciéndose responsable de su propia zona de 200 millas, se encargue de
hacer cumplir. Una llamada de este gran humanista y explorador del mar que ha
quedado en el olvido.
Por Pedro Pozas Terrados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario