viernes, 27 de enero de 2012

Economía y Ecología: hacia una socioeconomía solidaria (Parte I: Introducción)


La economía y la ecología, como disciplinas de estudio, tienen muchas más cosas en común que las que ecólogos y economistas han puesto a sus respectivos servicios durante mucho tiempo. Con ello, no han deparado en una misma raíz etimológica. Nótese en tal sentido que "ecología" deriva del griego oikos (casa) y logos (estudio), de forma tal que la ecología vendría a ser el "estudio de la casa", o del ambiente. El término "economía", por su lado, también se deriva de la raíz oikos, a lo que agrega nomos, que significa administración. De esta forma, la economía vendría a ser la "administración de la casa".


      Si ambas disciplinas, sin embargo no tuvieron mayor interrelación, se debe al hecho que por un lado, Haeckel hizo hincapié en torno a 1866 en el estudio de las relaciones entre un ser vivo y su entorno, para la ecología. Los seguidores del fundador de la disciplina, básicamente empezaron a desarrollar investigaciones en el marco de las ciencias biológicas, divorciándose casi absolutamente de las ciencias humanas. Los seguidores de la economía, por su lado, fueron desarrollando su ciencia hacia modelos de matematización que prácticamente dejaban de lado las interesantes reflexiones sociales y morales de sus fundadores, que tanto aportan para explicar ciertos comportamientos económicos. Un caso claro en la materia es Wilfred Beckerman, para quien planteamientos del tipo "desarrollo sostenible" (o incluso "economía de la solidaridad") carecen de sentido al mezclar las características técnicas de un camino de desarrollo concreto con un mandamiento de orden moral.

      Ambos términos y disciplinas, sin embargo, deberían tener una interrelación mucho mayor a la que existe actualmente. De hecho, éste es uno de los principales desafíos que proponemos desde la corriente socioeconómica-solidaria cuyos principales elementos constitutivos intentaremos abordar en el presente artículo.

      Nuestra tesis fundamental, ya presentada en otras ocasiones, será que en definitiva, los problemas ecológicos que hoy preocupan a toda la humanidad, responden a la forma de hacer economía de los seres humanos, lo que a su vez, deriva de los valores sociales que imperan en nuestros mercados determinados.

La socioeconomía
      La socioeconomía es una nueva concepción sobre la economía y la sociología, que nace con el propósito de analizar los comportamientos económicos en el marco de un determinado contexto social. Su origen se remonta a los años ochenta, cuando un grupo de notables sociólogos y economistas fundan la Sociedad Mundial de Socioeconomía (SASE) en Harvard, 1989. Entre sus miembros figuran científicos de la talla de K. Boulding, A. Hirschman, J. Galbraight, A. Sen, H. Simon, R. Boyer, P. Bourdieu, N. Smelser, L. Thurow, R. Solow; además de su máximo promotor, el sociólogo norteamericano Amitai Etzioni.

      Como señala este último, más allá de las diferencias que existen entre tantas personalidades de la academia reunidos bajo esta nueva "meta-disciplina", todos comparten ciertas premisas que se catapultan como una base fundacional de la nueva perspectiva, que se pueden reducir a tres principios axiales: en primer lugar, que la manida maximización de los sujetos no depende de un solo arco de utilidades, sino que responde al menos a dos recursos de evaluación, esto es, la satisfacción, y los valores morales. Desde este punto de vista, las personas ya no serán vistas como seres meramente calculadores y de sangre fría. En segundo lugar, que las metas o fines racionales asumidos en sociedad, están afectados por los citados valores, además de emociones, y otros obstáculos a la racionalidad pura que defienden ciertas corrientes. Finalmente, la socioeconomía no entiende al individuo como centro del universo social, sino como miembro de grupos y colectividades, o sea, entendiendo a la persona como eminentemente comunitaria, de lo que se desprenden diversas implicaciones éticas que el comunitarismo moderno viene trabajando desde hace tiempo. A esta escueta lista podríamos agregarle un cuarto punto que ha sido citado con mucha frecuencia desde ámbitos socioeconómicos, cuyo análisis en las ciencias sociales se remonta a los primogenios estudios de Polanyi, a saber, la imbricación societal del mercado, o dicho de otra manera, entender a la economía como una esfera de la sociedad, y no como un área de acción autónoma a los valores imperantes en determinadas sociedades.

      El elemento central que intentaremos desarrollar en las siguientes páginas, es justamente en atención al cuarto punto, la imbricación de los comportamientos económicos en una sociedad que es portadora de determinados valores, instituciones y comportamientos que en definitiva explican el funcionamiento de los mercados determinados.

      En este sentido, la socioeconomía propugna una revalorización de los estudios pioneros de la economía, que fueron desarrollados sin descuidar los contextos morales y sociales donde tenían lugar los diferentes fenómenos económicos. Adam Smith, en ese sentido, expresa en sus obras una particular imbricación de lo económico en lo social. Contra los presupuestos neoclásicos acerca de que "la sociedad no existe", Adam Smith le concedía en sus obras una importancia mayúscula. Tales apreciaciones pueden observarse en su célebre Riqueza de las Naciones, y con más propiedad, en su anterior Teoría de los sentimientos morales. Resulta particularmente sugerente, en medio de un contexto donde pareciera que el desarrollo se relaciona con el crecimiento material, las elaboraciones de Smith acerca de la calidad de vida, definida no sólo en términos materiales, sino también morales. Estas características de los pioneros de las ciencias económicas (entre los cuáles también deberíamos citar a Ricardo, Sismondi, J. S. Mill, etc.) han sido relegadas por los modernos sucesores que sólo recuerdan la centralidad de la búsqueda de beneficio en sus teorías. A tal punto lo anterior, que actualmente el economista Paul Omerod señala, en tono sarcástico, que hay pocos insultos tan ofensivos en el arsenal de un economista ortodoxo como el de "sociólogo" aplicado a uno de sus colegas.

      La historia de ambas disciplinas, economía y sociología en el Siglo XIX, muestra cómo se desarrolló la separación entre ambas. Así se inició un proceso por el cuál la sociología pasaba a analizar aquellos fenómenos sociales que podríamos llamar sobrantes o sin dueños, caso de la familia, la pobreza, la educación, etc.

      La consolidación de la sociología, sin embargo, una vez que, sobre todo Durkheim, expusiera los instrumentos metodológicos por los cuáles la disciplina adquiría su status científico, empieza a aproximarse nuevamente a la economía. Prueba de ello han sido los trabajos de Karl Marx y Max Weber, y a partir de éste, de Simmel, Pareto, Veblen, etc. La obra de Parsons finalmente, trata de suponer la esfera de lo económico como un sistema social integrado a la sociedad en general.

      Tales reflexiones sirvieron como base a Karl Polanyi, fundador de la antropología económica. Su tesis la podemos resumir de la siguiente manera: lo que demuestra la historia de las civilizaciones y pueblos antiguos, es que la economía está sumergida por regla general a las relaciones sociales que ocurren entre los hombres. En ese sentido, tanto en una pequeña comunidad como en una vasta sociedad despótica, el sistema económico será administrado por motivaciones no económicas.

      Veamos algunos ejemplos concretos al respecto: en una comunidad tribal, el interés económico de los individuos es raramente predominante, pues la comunidad protege a todos sus miembros con el alimento suficiente. Por otra parte, dice Polanyi, el mantenimiento de los lazos sociales es fundamental, ya que si el individuo viola el código de honor o de generosidad aceptado, provocará su destierro y separación de la comunidad. Esto es un elemento que pesa para que el sujeto no piense en términos individualistas. A ello se agregan las actividades comunales como la obtención de alimentos de la pesca común, o la participación en el botín de alguna expedición tribal remota y peligrosa. El premio otorgado a la generosidad del individuo hacia la comunidad es tan grande en términos sociales (prestigio), que no es razonable otro tipo de motivaciones.

      En eso parecen convenir los etnógrafos modernos, al señalar algunas características comunes a las sociedades pre-industriales: ausencia de motivación de ganancia; ausencia del principio de trabajar por una remuneración; ausencia del principio del menor esfuerzo; y ausencia de "cualquier institución separada y distinta basada en motivaciones económicas".

      En tales circunstancias, las relaciones económicas no estaban basadas, como en las modernas sociedades, en las relaciones de intercambio, sino que hegemonizaban otros dos tipos de relaciones económicas: la reciprocidad y la redistribución. El primer tipo, dice Polanyi es de mayor uso en las relaciones familiares; y el segundo en el ámbito social o comunitario.

      Todos estos antecedentes, unidos a otros que esta vez preferimos no analizar, se entroncan con la socioeconomía moderna que busca fundamentalmente reunir ambas disciplinas, aunque -como señala Pérez Adán- no de cualquier manera. El citado profesor de la Universidad de Valencia, propone en tal sentido, desechar la concepción del imperialismo económico; en segundo lugar poner en cuestión el "intento de los estructural-individualistas en su deseo de proponer modelos a la investigación sociológica que han aceptado sin el necesario criticismo". En tercer lugar, rechazar la perspectiva de la política económica, "que incorporan muchas racionalizaciones económicas que no cuentan con el estudio de los condicionamientos sociales y que por tanto desechan algo que tiene valor crítico y operativo".

      Así llegamos a la conformación de una Sociedad Mundial de Socioeconomía, que, reuniendo principalmente economistas y sociólogos, fundamentalmente persiguen superar el paradigma neoclásico, intentando la reelaboración de la teoría económica, ahora imbricada en los contextos sociales.

Por Pablo A. Guerra

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