Vemos cómo la biología, el estudio de la vida,
conduce a la guerra biológica, a los mecanismos de la muerte, la química, a medicinas
que curan enfermedades pero también a la contaminación que la induce, la
física, a nuevos conceptos sobre el universo que han hecho más libres a la
mente humana, pero también a las armas nucleares que nos han condenado con el
conocimiento de una amenaza constante. Los medios científicos para exaltar la
especie humana han quedado ensombrecidos por los medios tecnológicos para
eliminarla.
Hemos permitido, sigue diciendo Cousteau en el
capítulo dedicado a la ciencia, que se estrechen los objetivos de la ciencia,
que han pasado de ser una búsqueda del progreso global a ser una búsqueda del
poder nacional y el provecho personal. Les hemos permitido que tomen sus
decisiones en secreto, aplicando la ciencia en nuestra
sociedad sin consideración por nuestra sociedad, sin responder ante nuestra
sociedad. Nos hemos dejado intimidar por los expertos, resultándonos más fácil
alegar ignorancia de las nuevas propuestas científicas que aprender sobre ellas
o hacer sentir nuestra voz, nuestras opiniones, nuestras necesidades, nuestros
deseos y exigencias. Nosotros, los que pagamos la investigación científica, los
que pagamos las aplicaciones científicas, y las armas y los pesticidas y los
venenos, nosotros hemos permitido que nos quiten la ciencia, que la usen contra
nosotros. Ni los científicos ni los fabricantes de armas ni los especuladores,
son los únicos culpables. Nosotros mismos hemos permitido que en la comunidad
humana la ciencia quede disociada de la ética de la comunidad humana. Y somos
nosotros, solo nosotros, quienes podemos y debemos ponerla de nuevo en su
sitio.
Y sigue diciendo que los críticos más duros
plantean a los científicos preguntas que parecen justificadas ¿en qué momento
se convierte la falta de atención en negligencia? ¿No es la propia negligencia
un crimen, y la negligencia que pone en peligro vidas humanas e incluso la vida
misma, el crimen último? ¿No deberíamos exigir a los científicos que
estén atentos a los peligros inminentes? ¿No deberíamos despertar a los
sonámbulos?
Cuando se han quemado libros, solo las páginas se
convierten en cenizas, no las ideas. Lo mismo puede decirse del universo. Lo
que una persona no descubra, otra lo hará: así lo prueba la historia con su
larga lista de casos en los que un descubrimiento fue revelado de manera
simultánea por varios científicos que trabajaban independientemente en países
alejados. Nadie logrará nunca censurar el conocimiento porque nadie puede
negar la existencia. Eso si añado yo, pueden secuestrar, ocultar, comprar la
patente....., pasar años o décadas sin que salga a la luz un descubrimiento que
beneficie a la humanidad de forma gratuita, que contribuya al bienestar social,
pero tarde o temprano la luz sale de nuevo, algunas veces por necesidad y otras
por los nuevos científicos sin títulos, personas que estudian, aprenden, son
autodidactas, descubren, prueban, comparan y sobre todo, divulgan para el
conocimiento libre de la humanidad.
Jacques nos dice que el despilfarro de los recursos
intelectuales de la ciencia ha quedado prácticamente institucionalizado en años
recientes a causa de dos políticas concretas: la asignación inapropiada de
fondos para la investigación y el secretismo científico. El secreto priva a la
sociedad del conocimiento, pero también en algunos casos de su seguridad
cotidiana. Amparándose en el pretexto de la seguridad nacional, los
departamentos de defensa y las agencias de inteligencia han archivado desde
siempre miles de artículos científicos de investigación aplicada en carpetas
clasificadas. Ahí esta el caso de Nicolas Tesla y seguro que de otros muchos
investigadores y genios de la historia.
Cousteau lo escribe bien claro. Quien monopoliza
sus hallazgos por intereses económicos puede ser mezquino, pero quien oculta
hallazgos que pueden afectar a la seguridad humana, a la salud o a la vida, es
un criminal. En muchos países civilizados quien se niega a ayudar a una persona
en peligro puede ser arrestado y procesado. ¿Son los ejecutivos que, en nombre
de la competencia, ocultan información sobre un nuevo fármaco que podría salvar
vidas tan diferentes de quien ve morir a una persona y, teniendo el poder de
ayudarla, no hace nada?
Tenemos que dejar, nos advierte, que utilizar los
poderes de la ciencia para amenazar a otras naciones y comenzar a utilizarlos
para poner fin a nuestras divisiones globales. Debemos aprender que una nación
enfrentada a otra es como una mano enfrentada al corazón, dos elementos de un
mismo cuerpo vivo que intenta dañar a sus propias partes y destruir el todo. El
enemigo de la humanidad nunca ha sido la ciencia, ni siquiera los
descubrimientos científicos relacionados con el arsénico o el átomo. El único
enemigo de la humanidad es el ser humano. La revolución científico-industrial
no ha sido en absoluto una revolución. ¿Qué tipo de revolución fracasa en su
intento de proporcionar a las personas hambrientas la comida que necesitan y en
cambio proporciona a los ricos comida en exceso? Debemos admitir una terrible
verdad: durante más de medio siglo hemos tenido a nuestra disposición la
capacidad científica de poner fin al sufrimiento en el mundo. Durante más de
medio siglo hemos podido utilizar la ciencia para eliminar las necesidades
humanas.
Ante esta profunda lamentación de Jacques Cousteau,
añado que si hemos podido y no lo hemos hecho, si podemos ahora y lo ignoramos,
evitar la muerte de millones de personas por hambrunas, somos responsables y
partícipes de esos crímenes contra la humanidad.
Por Pedro Pozas Terrados.
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