lunes, 30 de enero de 2012

Mensaje póstumo de Jacques Cousteau a la humanidad (Parte V: Coge el dinero y corre)


Mientras saquean en busca de beneficios económicos, quienes arrasan las tierras y los mares solo piensan en el dinero para hoy, sin pensar que están acabando con su propio botín para mañana. Las redes de nailon han revolucionado la industria pesquera, dicen los propietarios de las flotas. Pero quienes utilizan redes de nailon han creado una industria competidora: la pesca fantasma. Cada año, cientos de millones de kilos de materiales de plástico utilizados por las flotas comerciales (redes, sedales, boyas) se hunden hasta el fondo. Las redes de algodón se desintegran, las de nailon, no.


Habla de las explosiones  con dinamita para pesca y como el 90% de los peces que matan, se hunden y se pudren en el fondo; de los que echan chorros de cianuro con el fin de anestesiar a los peces tropicales y recogerlos para el comercio, matando el coral y muchas otras especies; de los millones de botes de recreo que sin conciencia y de forma abusiva, lanzan sus anclas cada día rompiendo corales en todos los arrecifes del mundo, arrasando las praderas de posidonia (los bosques del mar); de las deforestaciones tropicales y el abuso en la destrucción de los bosques del mundo.

Se lamenta que por el momento estamos atrapados en el círculo vicioso del saqueo: la degradación que hemos causado nos embota los sentidos y de este modo se autoperpetúa. Con cada extinción de una especie, con cada destrucción de un paisaje, con cada corrupción de una masa de agua, la gente se da cuenta de que la vida es menos agradable, pero luego descubren que la desolación no es la muerte, que pueden sobrevivir y por fin se acostumbran adaptándose a una calidad de vida más baja. El empobrecimiento del medio ambiente corre paralelo al empobrecimiento del espíritu. Cada uno, es causa del otro, y ambos se agravan progresivamente.

Cuenta Jacques Cousteau, que su hijo se hizo amigo del Jefe de una tribu indígena del Amazonas cerca de la frontera entre Ecuador y Perú. Un día, el jefe llamado Kukush, le informó que los miembros más sabios de la tribu se habían reunido; necesitaban una nueva canoa y habían discutido la grave decisión de si debían talar un árbol. Por fin, habían decidido hacerlo y rezaban a los dioses para que los perdonaran. Pero para Kukush, una plegaria no era suficiente. Para remplazar el árbol que habían tomado, Kuskush plantó varios centenares. No eran mas que plántulas, nunca crecerían lo bastante como para que él o su tribu pudieran utilizarlos durante su vida. Aquellos árboles eran para sus nietos. Eran para la Tierra. Hermosa lección de amor.

En este mismo sentido Cousteau denuncia que la industria comercial sigue el credo “coge el dinero y corre”. Consideran más conveniente erradicar todo un banco pesquero, invirtiendo en beneficios inmediatos, que gestionar la pesca como un recurso frágil, pero renovable. Nuestra voraz pesca está agotando los cofres de proteínas del mundo, en lugar de llenarlos.

Ante la necesidad de amortizar sus costosos buques industriales, adictas para siempre a créditos bancarios y subsidios gubernamentales, la industria pesquera solo sirve para perpetuar el caos. Conjuntamente, estos grupos de presión reclaman menos regulaciones, mayor apoyo a los precios, más créditos gubernamentales, más subsidios para los barcos y más tecnología. Hablan de capturas monumentales y hacen promesas vacías sobre la abundancia de los años venideros. Pocos hablan en defensa del consumidor, que ahora paga precios desorbitados por el pescado en las pescaderías e indirectamente en forma de impuestos. Pocos hablan en defensa de los peces, mientras las poblaciones adicionales de especies comestibles siguen reduciéndose. Pocos hablan a favor de los mares, mientras unas costas tras otras se agotan y pasan a unirse al océano agotado. Todo el mundo habla del presente, pocos hablan del futuro.

Un ejemplo de lo que dice Jacques, lo hemos tenido recientemente cuando la Unión Europea no ha renovado el contrato para 2011 con Marruecos que autorizaba la pesca intensiva y comercial a 135 barcos europeos, entre ellos muchos de España, por 31 millones de euros. Hemos agotado nuestros caladeros y dependemos de terceros países para abastecernos de pescado. Otras formas, como bien señala él, se encuentran en las inversiones en enormes buques “factoría”, auténticas industrias flotantes equipadas con la maquinaria necesaria para cortar cabezas, extraer espinas, filetear, empaquetar y congelar trozos prácticamente genéticos de pescado irreconocible. Los pesqueros de arrastre dragan los fondos del océano con redes cónicas que mantienen abiertas por medio de un marco de acero de dos toneladas y media, arrancando los peces del fondo al tiempo que destruyen su hábitat. El aumento de la capacidad tecnológica solo ha conseguido agravar la sobreexplotación. Bien es verdad, que los pescadores han acabado con poblaciones de peces sin la ayuda de la tecnología mucho antes de que la pesca industrial dotara a sus barcos se sónares panorámicos de localización. La tecnología avanzada solo ha añadido velocidad a la devastación; mientras que antes se tardaba décadas en arruinar un caladero o población, hoy podemos realizar la hazaña en solo unas pocas temporadas.

Cousteau no se queda en estos datos, va más allá. Afirma que una industria que destina una tercera parte de sus productos a animales de granja para piensos, no se dedica a alimentar a las personas. Si realmente queremos alimentar con pescado a los hambrientos del mundo ¿por qué las naciones industrializadas han agotado las aguas de las regiones del mundo donde se pasa hambre o están agotando sus caladeros? Los caladeros vacíos del Tercer Mundo, los peces vendidos para alimentar cerdos, el desperdicio de peces sin interés comercial, todo apunta al hecho de que no agotamos las aguas del mundo en busca de comida, sino en busca de beneficios. Sin embargo, la pesca no sustenta la economía hoy ni lo ha hecho nunca. En la mayoría de los países, la pesca representa menos del 1 % del PIB. Se pregunta: ¿por qué una industria como la pesquera que contribuye tan poco a la sociedad posee una influencia tan desproporcionada?. La respuesta es simple: la fuerza del grupo de presión pesquero se deriva en la enormidad de sus pérdidas potenciales. Los pescadores tienen mucha influencia y los hostigados políticos locales no piensan en términos de las futuras temporadas de pesca, sino en las próximas elecciones.

En 1967 Arvid Pardo, delegado maltés en las Naciones Unidas, sorprendió a la comunidad global con una propuesta noble: declarar el mar y sus recursos “patrimonio común de la humanidad”, del que no debía apropiarse ninguna nación para su propio beneficio, sino que debía ser salvaguardado por todas las naciones para el beneficio de toda la humanidad. Inspirado por sus palabras, los miembros de la Asamblea General de las naciones Unidas aprobaron de manera unánime la declaración de Pardo e instituyeron un Comité de los Fondos marinos para que elaborara la legislación que plasmara aquel magnánimo concepto. Por desgracia, nunca llegó a funcionar por los intereses que todos sabemos.

Yacques escribe en este capítulo que solo conseguiremos proteger nuestros caladeros si dejamos de desobedecer todas las leyes políticas y comenzamos a cumplir unas pocas leyes naturales. Si simplemente cejamos en nuestra obsesión por las reglas dirigidas a proteger a los pescadores y comenzamos a respetar las reglas que también protegen a los peces. Si respetamos las leyes biológicas de las pesquerías, a los pocos años podríamos llegar a duplicar las capturas actuales, alcanzando las proyecciones que hoy nos parecen quimeras. Podríamos convertir nuestras famosas ZEE, que son zonas nacionales de explotación, en ZNR, zonas nacionales de responsabilidad. Podemos dejar de insistir en que el recurso pertenece a todas las naciones para agotarlo y comenzar  a darnos cuenta de que pertenece a todas las naciones para protegerlo. Para poner fin a la anarquía de la pesca, debemos crear una Autoridad del Océano Global que establezca normas racionales que cada nación costera, haciéndose responsable de su propia zona de 200 millas, se encargue de hacer cumplir. Una llamada de este gran humanista y explorador del mar que ha quedado en el olvido.

Por Pedro Pozas Terrados.

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