viernes, 27 de enero de 2012

Manifiesto por la Diversidad en la Unidad (Parte I: Nuestra Principal Orientación)


Notamos la creciente preocupación en amplios sectores de las sociedades democráticas y libres por la inmigración en masa que reciben y por las minorías que se van formando dentro de sus fronteras que provienen de distintas culturas, con distintas costumbres, además de con distintas instituciones y lealtades. Nos sentimos, por otro lado, inmersos en la problemática de la violencia callejera, los arrebatos verbales de odio y los crecientes apoyos a los grupos extremistas en determinados países. Estas reacciones aunque censurables, responden en algunos a un sentimiento de amenaza a su identidad y cultura, y se basan en las preocupaciones evocadas por la globalización, las nuevas tecnologías de la comunicación y una gradual pérdida de la soberanía nacional.


Reprochar esos sentimientos a millones de personas llamándolas discriminadoras, excluyentes o hipócritas es una política fácil que no resuelve un problema que va a más. Las ansiedades y preocupaciones de la gente no deben dejar de ser tenidas en cuenta ni pueden ser tratadas con eficacia etiquetándolas simplemente de racistas o xenófobas. Diciendo a la gente que necesitan a los inmigrantes por razones económicas o demográficas tampoco conseguiremos una discusión útil y válida, y mucho menos podremos atajar sus profundas dudas para facilitar la acogida. El desafío que tenemos delante es encontrar formas legítimas y prácticas para resolver a estas preocupaciones de manera constructiva, a la vez que asegurarnos que estos sentimientos no den lugar a otros prejuicios antisociales, de odio o dejen paso a manifestaciones violentas.

Dos aproximaciones deben ser evitadas: promover la asimilación a toda costa y el multiculturalismo ilimitado. En primer lugar la asimilación (que exige el abandono por parte de las minorías de sus distintas instituciones, culturas, valores, hábitos y conexiones con sus países para adaptarse a la cultura de acogida) es sociológicamente difícil de alcanzar e implica una ambición innecesaria. Está, además, moralmente injustificada debido a nuestro respeto por las diferencias más íntimas como son los dioses a los que rezamos.

En segundo lugar el multiculturalismo ilimitado (que exige dejar de lado el concepto de valores compartidos, lealtades e identidad para privilegiar diferencias étnicas y religiosas, dando por hecho que las naciones pueden ser sustituidas por un gran número de minorías diversas) es también innecesariamente extremista. Lo más probable es que el multiculturalismo dé lugar a contragolpes antidemocráticos ampliando los apoyos a grupos extremistas y llevando a partidos de extrema derecha y líderes populistas a implementar políticas en contra de las minorías. El multiculturalismo ilimitado no debe ser justificado normativamente porque no reconoce los valores e instituciones sustentados por el grueso de nuestras sociedades, tales como los derechos de la mujer o la validez de ciertos estilos de vida alternativos.

El enfoque que defendemos es el de la diversidad en la unidad. Este principio se resume en que todos los miembros de una sociedad dada respetarán y se adherirán completamente a esos valores básicos e instituciones que se consideran parte del marco compartido de la sociedad. A la vez, cada grupo social es libre para conservar su distinta subcultura (políticas, hábitos e instituciones que no entren en conflicto con la parte esencial de aquello que comparten con otros) y un fuerte sentido de lealtad a su país de origen, en tanto que esto no interfiera en la lealtad hacia el país en el que se vive y no entre en un conflicto de lealtades.

El respeto por el conjunto y para todos es la esencia de nuestra postura. Observamos que tal diversidad en la unidad enriquece más que amenaza la sociedad en su conjunto y a su cultura, tal como se evidencia en campos que van desde la música a la cocina, y más notablemente en la ampliación de nuestras ideas y de la comprensión del mundo que nos rodea. Más allá de todo esto, observamos que en cada sociedad la esencia compartida de la identidad y la cultura ha cambiado a lo largo del tiempo y continuará haciéndolo en el futuro. Por lo tanto las minorías que sostienen que esta esencia común no refleja sus valores pueden actuar para intentar cambiarlos a través de la vía democrática y social disponible para este propósito en las sociedades libres.

La unidad de la que hablamos no está impuesta por leyes o regulaciones gubernamentales, ni tampoco por los agentes de policía, sino que es una unidad que nace de la educación cívica, de la comisión del bien común, de la historia de la nación, de los valores compartidos, de las experiencias comunes, de las instituciones públicas, y de los requisitos de buena vecindad a cumplir por las personas que viven juntas y se enfrentan a los mismos retos desde el mismo rincón del mundo.

Tal diversidad en la unidad permite que uno respete los derechos fundamentales, la forma de vida democrática, los valores sociales esenciales, así como aquellos valores de las minorías que no entren en conflicto con estos.

Qué elementos corresponden a cada categoría - al ámbito de la unidad o de la diversidad - es un asunto que se puede decidir fácilmente en muchos asuntos clave. Los derechos fundamentales deben ser respetados por todos y cada uno. Por ejemplo, la discriminación contra las mujeres no puede ser tolerada, sean cuales fueren los valores culturales o religiosos de un grupo determinado. El respeto por la ley y el orden es esencial. Las instituciones democráticas no son solo una opción más entre muchas. Nadie que aspire a la ciudadanía en un país dado, o ser miembro de una sociedad, puede pagar para librarse de las responsabilidades colectivas que la sociedad ha contraído con sus acciones pasadas y para con otras sociedades, asumidas por tratado o de alguna otra manera.

De igual modo, no se requiere mucha reflexión para reconocer que no existe fundamento para impedir que las minorías usen su lengua, o mantengan vínculos cercanos con otro país (mientras no entre en conflicto con la lealtad al país donde viven,), y procuren el conocimiento y ejercicio especial de su cultura.

Con todo ello no pretendemos negar que son necesarias muchas deliberaciones y mucho diálogo sobre aspectos conflictivos de la vida en común tales como lo referido a cómo la ley y el orden deben ser interpretados, con qué dureza, y hasta dónde ha de llegar al consenso democrático. La deliberación y el diálogo público son cruciales antes de determinar qué temas entran dentro de la unidad o de la diversidad, como veremos más adelante.

Resumiendo, no debemos sacrificar la unidad o diversidad por la otra parte, pero debemos reconocer que podemos aprender a vivir con mayor diversidad y a la vez proteger bien la legítima unidad.

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