Reseña crítica del libro “Prosperidad sin crecimiento". La transición hacia una economía sostenible”, de Tim Jackson (2010). Publicada en la Revista Ecología Política, número 41.
Sin duda, el opus de Tim Jackson se inscribe en la corriente de otras dinámicas británicas como las Iniciativas en Transición o los trabajos de la New Economics Foundation. Al igual que sus compatriotas, gira en torno a un fuerte pragmatismo sin tintes ideológicos demasiado marcados con el fin de construir grandes mayorías sociales para afrontar el doble reto del cambio climático y del pico del petróleo. Asimismo, y a pesar de una hipótesis “herética” en el marco de una economía del crecimiento —es posible y deseable un mundo próspero sin crecimiento—, busca ante todo la máxima audiencia para federar y generar consenso más allá de los círculos ya convencidos. Esta estrategia tiene un gran acierto en su capacidad de difusión y vulgarización: el libro es muy asequible, incluso para no especialistas, y de una gran claridad. Por tanto, no habrá que sorprenderse que, a la pregunta de si una sociedad sin crecimiento sigue siendo una sociedad capitalista, Jackson conteste con otra pregunta ambigua: “¿realmente importa?” (p197)
Pero ¿qué nos propone exactamente el autor? Retomando el testigo del ‘estado estacionario’ de Herman Daly y apoyándose en los trabajos del economista ecológico canadiense Peter Victor, Jackson plantea que “la prosperidad consiste en nuestra capacidad de ser felices como seres humanos, dentro de los límites ecológicos de un planeta finito”. Según el autor, “el reto para nuestra sociedad es crear las condiciones donde se haga posible”, siendo esta tarea la “más urgente de nuestra época” (p32). Sin embargo, el crecimiento no permite alcanzar esta meta. Gracias a una rica argumentación gráfica bien sólida y referenciada, Jackson explica que, una vez superado el umbral de los 15.000 dólares de renta per cápita, el nivel de satisfacción no reacciona, incluso ante aumentos muy importantes del PIB. Dicho de otro modo y principalmente en el Norte, la opulencia material y el aumento continuo de nuestras rentas no nos hacen más felices, además de destruir las condiciones de vida básicas en la Tierra. Al revés: la sociedad occidental estaría en “recesión social” (p148) y sería rehén de la “caja de hierro del consumismo” (p95) donde el consumidor en busca de novedades y de estatus (a través del “lenguaje de los bienes materiales”), y el empresario en busca de monopolio a base de destrucción creativa se confunden para conformar la piedra angular del crecimiento económico a largo plazo.
Llegados a estas alturas, nos estamos topando con “el dilema del crecimiento”: el crecimiento no es social y ecológicamente sostenible —por lo menos en su forma actual— y el decrecimiento es inestable —por lo menos en las condiciones actuales . Para salir de este dilema, solo existen dos métodos: hacer sostenible el crecimiento o estable el decrecimiento. Cualquier otra opción provocaría el colapso ecológico o económico. Ante este dilema, la respuesta convencional suele preconizar el desacoplamiento, es decir la no dependencia de la producción de los flujos de materiales. A pesar de la realidad de un desacoplamiento relativo (la intensidad energética por unidad ha bajado desde 1970 en un 30%), no existe ningún indicio que apunte a un desacoplamiento absoluto, es decir del volumen total de la producción, como lo atestigua por ejemplo el aumento de las emisiones de CO2 en un 40% desde 1970. Hoy día, la eficiencia tecnológica ni siquiera ha compensado el crecimiento de la población y está muy lejos de compensar también el aumento del nivel de abundancia. En cuanto al New Deal Verde, que cuenta con un consenso internacional para ser el nuevo “motor verde del crecimiento”, el autor considera que tiene numerosas ventajas y que puede ser útil como herramienta de transición pero que sigue siendo un keynesianismo basado en el aumento final del consumo, lo que lo condena a toparse también con los límites ecológicos.
De forma proactiva, Jackson propone tres vías complementarias para salir del dilema del crecimiento y empezar una transición sostenible. La primera: establecer los límites. Sobre todo, significa fijar umbrales de recursos y emisiones per capita (véase el modelo de “contracción y convergencia”), fomentar una reforma fiscal (por ejemplo la tasa carbono) y apoyar económica y tecnológicamente la transición ecológica en los países del Sur. La segunda: construir “una teoría de macroeconomía ecológica robusta y educada en el plano ecológico” que constituye según el propio autor seguramente “la recomendación más importante del libro” (p129).
Además de integrar las variables ecológicas en los factores de producción clásicos, esta macroeconomía tiene como objetivos construir un modelo donde la estabilidad no dependa del crecimiento , la actividad económica esté dentro de los límites y la productividad del trabajo ya no sea el factor determinante. Además de una mayor prudencia fiscal y financiera, de una superación del PIB como indicador principal de riqueza y de la apuesta por una economía de servicios poco intensiva en energía pero sí en mano de obra, supone también unas inversiones ecológicas, principalmente a cargo del Estado, la eficiencia de la utilización de los recursos, en tecnologías propias y en la mejora de los ecosistemas. Tercero: es también necesario cambiar la lógica social donde los poderes públicos tienen como objetivo “desmantelar la cultura del consumismo” (p182). El autor propone que las capacidades —definidas por Sen y Nussbaum— sean el criterio determinante del éxito social, siempre y cuando estén dentro de los límites del planeta. Por otro lado, el reparto del trabajo se convierte según Jackson en “la solución más simple y más citada para mantener el empleo sin aumento de la producción” (p140) mientras la lucha contra las desigualdades (a través de rentas mínimas o máximas) es una prioridad.
Ahora bien: es de señalar que la principal fuerza de la obra de Jackson —su búsqueda de consenso amplio— es al mismo tiempo su principal debilidad. Al no querer ser lo suficiente impertinente con el dogma dominante (echamos de menos referencias a Illich y una mayor utilización de la obra de Gorz por ejemplo), tiene tendencia a dejar de lado cuestiones fundamentales. Primero, a pesar de que el autor tiene bien presente el tema de las deudas públicas y ecológicas, falta una reflexión sobre el papel del dinero y del poder de los bancos privados en la creación monetaria. ¿Será posible una prosperidad sin crecimiento sin reforma de las instituciones financieras y la creación de un nuevo modelo monetario con el impulso, por ejemplo, de monedas locales? Por su parte, el capítulo sobre gobernanza queda muy ‘cojo’ al no abordar el papel de la sociedad civil a nivel local e internacional. Tampoco dedica una palabra al juego complejo de actores de cara a sellar un nuevo pacto social y la necesaria resolución de conflictos que nacerán de la transición. ¿Acaso los detenedores del capital aceptarán de buena gana que las inversiones ecológicas pasen a tener rendimientos bajos, incluso nulos? ¿Cómo se irán resolviendo las nuevas resistencias y tensiones políticas, empresariales, sindicales o sociales al cambio de modelo? En definitiva, si rechazamos el ecoautoritarismo como salida válida a la crisis socio-ecológica, el libro carece de un punto fundamental: una reflexión sobre la democracia ecológica y deliberativa como condición e instrumento de una transición exitosa.
Si de verdad “la dinámica natural del modelo capitalista no propone ninguna vía fácil hacia un estadio estacionario y le empuja hacia la expansión o el colapso” (p174), tenemos expectativas en las próximas reflexiones de Tim Jackson donde, ojalá gracias al éxito de la primera entrega, podrá pasar a la segunda fase de su estrategia e ir abordando o profundizando en otros puntos clave y menos consensuales.
Enviado por: Por Florent Marcellesi, coordinador de Ecopolítica y miembro de Bakeaz
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