Una de las experiencias que motivaron la aparición del ecofeminismo fue la militancia pacifista. En este sentido, Petra Kelly considera que “hay una relación clara y profunda entre militarismo, degradación ambiental y sexismo”. Todas las dominaciones e injusticias están conectadas, pues se deben a una estructura patriarcal, racista y sexista, que promueve una mentalidad militarista, por lo que la eliminación de la pobreza y de las armas nucleares sólo se alcanzará si, mediante actividades no violentas, se consigue acabar con todos los sistemas de dominación masculina.
Kelly comparte una preocupación por la problemática nuclear que, según ella, se debe al patriarcado que impregna la sociedad. Así, expone que el poder patriarcal conduce a la catástrofe ecológica, al militarismo y al sufrimiento personal, y, debido a que todos los sistemas de opresión comparten la dominación de las mujeres, es necesario cambiar la definición de “poder” de forma que sea un poder feminista, es decir, un poder basado en la experiencia de las mujeres, que es un poder con los otros y no sobre los otros.
Los hombres ha dominado sistemáticamente a las mujeres, llegando, incluso, a convertirse esta subordinación en algo que se percibe como un hecho natural, a pesar de tratarse de una circunstancia construida históricamente mediante instituciones desarrolladas por los hombres. A nivel mundial, se han valorado más las actividades que han desarrollado los varones. Al mismo tiempo, éstos han adquirido un poder social y económico mayor. Por ello, si las organizaciones que trabajan por la justicia social pretenden conseguir su objetivo, es preciso que combinen sus esfuerzos con el rechazo y la eliminación del sexismo, de forma que se llegue a convertir la protección contra éste en un derecho humano. Una sociedad pacífica, justa y ecológica sólo puede fundarse en la igualdad de los sexos, y esta igualdad no puede conseguirse mediante la incorporación de las mujeres en actividades bélicas. En este sentido, Kelly manifiesta: “Durante siglos, se nos ha dejado fuera del poder en las sociedades dominadas por los hombres. No deberíamos ahora permitir ser cínicamente manipuladas por hombres que desean explotar nuestras legítimas necesidades y aspiraciones, concediéndonos poder según sus criterios para servir a sus propios fines. Debemos trabajar por fines consecuentes con valores feministas. No debería haber ninguna mujer en el ejército. Saquemos de allí a los hombres”.
El sistema patriarcal, que conlleva la degradación ambiental, el sexismo y el militarismo, se fundamenta en la dominación, que implica la subordinación de las mujeres y múltiples restricciones para los hombres. La lucha en contra del patriarcado debe hacerse de una manera holista, es decir, interrelacionando todos los problemas a los que hace frente la humanidad y tratando de cambiar el sistema de forma radical. Y es preciso, para conseguir estos propósitos, realizar los cambios oportunos en los modos de vida, desobedeciendo, siempre de manera no violenta, todos los sistemas de dominación y opresión masculina, para conseguir un equilibrio entre mujeres y hombres. Igualmente, habría que transformar las economías, en el sentido de convertirlas en economías sostenibles que no se basen únicamente en el crecimiento y en el consumo que nos han llevado a la crisis ecológica, sino que desarrollen métodos de producción respetuosos con el medio ambiente y con la salud humana, de forma que naturaleza y ser humano se relacionen de forma interdependiente. En este sentido, Kelly defiende que la crisis ecológica no debe considerarse como una crisis de escasez de recursos, sino como una crisis de consumo, que tiene por causas los principios en que se basa la economía actual, que no atiende a la conservación, sino únicamente al consumo de productos perecederos.
En la misma medida en que la destrucción medioambiental se relaciona estrechamente con el sexismo y el militarismo, se conecta con la división mundial entre ricos y pobres, pues la pobreza conduce a la degradación de la naturaleza, ya que los campesinos o trabajadores sin tierra no tienen más remedio que destruir la naturaleza para sobrevivir. Aunque también la riqueza tiene el mismo resultado, al buscar únicamente el crecimiento económico, olvidando la preservación de la naturaleza y las personas.
Sin lugar a dudas, la militarización atenta contra el medio ambiente, contra la salud de las personas y contra las necesidades de alimentos que poseen los pueblos, pues la inversión de dinero en gastos militares impide que se dediquen esas cantidades a actividades que fomentan y mantienen la vida, en vez de destruirla. Por ello, hay que trabajar para lograr una sociedad no violenta y no opresora, en la que estén garantizados los derechos económicos, sociales e individuales, tanto a nivel nacional como internacional. Y esto sólo se puede conseguir repensando nuestra forma de ver la política y la vida, incluyendo la espiritualidad, aceptando una visión holista de la naturaleza y actuando mediante estrategias no violentas.
Como vemos, Kelly apuesta por eliminar la violencia de la política de seguridad, tanto nacional como personal. El futuro no violento que pretende construir está en manos de los jóvenes, que deben formarse para defender la paz y combatir el complejo industrial y militar que fomenta la guerra, la opresión y la violencia. Para ella, “una sociedad desarmada no es necesariamente una sociedad indefensa. La defensa basada en los civiles es una alternativa al militarismo autodestructivo que se ha probado una y otra vez y que sólo nos ha traído más y más sufrimiento”. La defensa social no violenta que defiende esta autora precisa de unos ciudadanos valientes y creativos, comprometidos con los valores democráticos, y que cuenten con una gran preparación, organización y entrenamiento. Como medios de cambio, Kelly mantiene la no cooperación y la desobediencia civil, que han mostrado ser alternativas realistas y eficaces. Y recuerda que si queremos alcanzar sociedades igualitarias no violentas, que se comprometan con la protección del medio ambiente, es necesario fomentar nuestras facultades espirituales: compasión, imaginación y sensibilidad.
Con todo lo dicho, podemos concluir que Kelly, manteniendo una visión verde, propone construir una sociedad justa que tome como guía el respeto absoluto por los Derechos Humanos, y que garantice la libertad y la igualdad a todos los niveles. La única alternativa viable a la situación insostenible en que nos encontramos es la resistencia no violenta y el cambio en nuestros modos de vida, basándonos en nuestro poder espiritual, y sin olvidar nuestra interdependencia con el mundo natural. Esta lucha será exitosa únicamente si se centra en rechazar las estructuras políticas y económicas opresoras, que conducen a la pobreza, al sexismo, al militarismo destructor y a la degradación ambiental, y que concentran el poder y la riqueza en manos de unos pocos. Sólo combatiendo radicalmente el sistema patriarcal será posible trabajar por un futuro alternativo.
Por Angie Velasco, doctoranda en Filosofía. Universidad de Valladolid. Texto original para Ecopolítica.
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