miércoles, 12 de octubre de 2011

Excurso: Miseria del desarrollo; desarrollo de la miseria.

Distinto es el caso de países en las cuales el modo maquinal de producción fue impuesto externamente, sin que de ahí surgiera ningún Estado social. Los estudios acerca de América Latina me han convencido de que el proceso de industrializa­ción allí impuesto corresponde a una suerte de segunda fase colonizadora (Mires, 1990; 1991; 1994). En la mayoría de los países latinoamericanos—el argumento es válido también para países africanos— la Industrialización "desde fuera" quebró estructuras tradicionales, sin sustituirlas por otras. El "hambre" por ejemplo, fue un invento de la modernización. Hoy en día, en cualquier ciudad latinoamericana se pueden observar los resultados de esa industrialización asocial: slums, bandas callejeras, traficantes de drogas, grupos de derecha y de izquierda militarmente organizados, son frutos del desarrollo y no del subdesarrollo industrial. El absurdo de una deuda internacional contraída en función de la industrializa­ción, cuyos simples intereses son de por si impagables, es sólo un pálido reflejo de lo que puede ocurrir con la microelectrónica en países que no cuentan con mecanismos suficientes para incorporarlos evolutivamente a su realidad.

Si los efectos de la industrialización exógena han sido nefastos, el desmontaje industrial que ocurre como resultado de la nueva división del trabajo ha terminado por desarticular en muchos países las mínimas relaciones que existían entre la llamada "sociedad" y el Estado. En ese punto recuerdo a ese extraordi­nario escritor argentino que fue Jorge Luis Borges quien, leyendo a Hegel, y encontrando la famosa frase relativa a que "el Estado es la expresión de la idea moral", no pudo evitar escribir que en su país, donde ha habido muchos gobiernos sin Estado, esa frase sonaría como un chiste de mal gusto. Con mucha mayor razón hoy en día. En muchos países "en desarrollo", el Estado no es sino una ficción. Y si nunca llegó a existir en una forma medianamente seria, los programas desreguladores han terminado por demolerlo casi definitivamente.

Si en Europa algunos teóricos decidieron despedirse de la idea del "proletaria­do", en América Latina hay otros que ya se están despidiendo de la del "desarro­llo" (Escobar, 1993; Esteva, 1992; Mansilla. 1992; Mires, 1994). Y en buena hora. Si hay una palabra que debe sonar como insulto a campesinos, indios, y habitantes de los barrios pobres, esa es "desarrollo". En nombre del desarrollo, poblaciones completas han sido arrancadas de sus tierras, convertidas en "marginales", y perseguidas coma asociales.

La idea del "desarrollo" es colonialista. Por lo menos se sabe que no fue inventada ni en África ni en América Latina. Fue el presidente Truman, quien en un discurso pronunciado en 1949 decidió que más de las tres cuartas partes de la humanidad no era desarrollada sino "subdesarrollada" y, en consecuencia, debía ser "desarrollada". En buenas cuentas, el concepto de desarrollo, que después asumirían furiosamente las izquierdas, es también una proyección internacional de la metafísica calvinista del trabajo (Mansilla, 1992. p. 66). En efecto: así como en países europeos la religión domesticó a sus habitantes en función de la industrialización, en las zonas "subdesarrolladas" se produciría también un proceso de domesticación, no religiosa, en función del desarrollo industrial. Desarrollo como crecimiento, y crecimiento como industrialización, eran manda­mientos por los cuales se regían las élites de los países llamados subdesarrollados. Del mismo modo que el paraíso no puede ser alcanzado sin sacrificios, la meta del desarrollo presuponía determinados costos sociales. Muchos de ellos se han pagado con creces, incluso en vidas.

El concepto de desarrollo proviene, como se sabe, de la biología. Aplicado a la práctica, se intenta, en primera línea, naturalizar la realidad social. Pero, a la vez que naturalista, el concepto de desarrollo es también metafísico; y no hay contradicción. Mediante la naturalización de lo social, la práctica del desarrollo produce la idea de que en un momento ignoto del futuro se alcanzará el desarrollo. Toda es cuestión de aplicar correctamente los modelos, valga la tautología, de desarrollo. Por lo mismo, el desarrollo establece una relación asimétrica de poder; y esto en dos sentidos. Por un lado, se supone que hay países que han alcanzado el desarrollo. Estos ya no deben desarrollarse; su historia terminó. Su tarea es ayudar a desarrollarse a los que todavía no lo están y, por supuesto, a su imagen y semejanza. Por otro lado, la idea del desarrollo divide a las personas en dos grupos. Las inteligentes, que conocen las leyes del desarrollo, y las idiotas, que son las que deben ser desarrolladas. De la misma manera que el misionero colonial traía a los "nativos" el mensaje de la fe, el desarrollistade izquierda y derecha— trae la buena nueva del desarrollo. Los desarrollistas no han podido captar todavía que no hay ningún país que se haya "desarrollado" de acuerdo a modelos, sino de acuerdo a constelaciones en las cuales no están ausentes relaciones de poder que no pueden ser programadas en ningún plan, y mucho menos en una ciencia.

Precisamente para poner en práctica sus planes de desarrollo, los desarrollistas inventaron nada menos que un mundo, que denominaron, matemáticamente, como tercero. El Tercer Mundo es un producto teórico del desarrollismo o, lo que es igual, de aquella visión de la historia que presuponía que el destino de todos los países debía ser explicado de acuerdo a leyes que eran extraídas, tautológicamente, del desarrollo de los países del primero o del segundo mundo

El Tercer Mundo es, en buenas cuentas, el terreno experimental del "desarrollo" o, lo que es igual, de los desarrollistas; un proyecto colonial que surgió en los otros "mundos" para disciplinar la historia de los países que todavía no estaban ocupados, fáctica o ideológicamente. De este modo, indiscriminadamente, el concepto de Tercer Mundo fue aplicado a aquellos países que era necesario 'controlar teóricamente". Miembros del Club del Tercer Mundo pasaron a ser: 

- Países recientemente industrializados que a su vez difieren mucho entre sí, social, económica y culturalmente, como Hong Kong, Singapur, Taiwan, Corea del Sur.
- Países que se eternizaron en su condición de pre-desarrollados, como Brasil, México, Argentina o India, que no por casualidad invirtieron muchos esfuerzos en la industria pesada.
-Paíes exportadores de petróleo, que por éste sólo hecho ocupan una posición estratégica a escala mundial.
- Países con pobreza relativa, en el sur de Sudamérica.
- Países de pobreza absoluta, al sur del Sahara (donde hay que hacer diferencias entre África oriental y occidental), en la región de los Himalayas, en el centro y sudeste de Asia, y en América Central.
Y a estos países tercermundistas "clásicos" hay que agregar los recién llegados de Europa oriental (Menzel, 1992, pp. 29-38).
Construido deductivamente el Tercer Mundo, no tardaría en aparecer un personaje y especial autodenominado "tercermundista". El tercermundista—resida en los países del "centro" o en los de la "periferia", por lo común economista o sociólogo de instituciones científicas o religiosas (a veces es lo mismo), y casi siempre europeo o norteamericano— se imagina que es representante, naturalmente, del Tercer Mundo. Luego habla, escribe y piensa, en nombre del Tercer Mundo. Todos los que no sustenten su opinión, hablan en nombre de los ricos y no de los pobres de la tierra, desarrollando de este modo una patología invulnerable a toda crítica. La pretensión obsesiva de que él no representa sus propias opiniones sino a los pobres de la tierra, le da una seguridad que impresiona a públicos recién iniciados, especialmente en Europa, donde hay muchas personas que padecen del complejo de inferioridad de vivir a costa del Tercer Mundo, aunque ellos mismos tengan apenas lo suficiente para comer. A lo largo de una vida académica que ya no es breve, me he topado permanentemente con estos personajes: economistas, sociólogos, teólogos. En la mayoría de los casos se trata de personas egocéntricas que nunca han tenido sensibilidad para hacer estudios concretos en barrios pobres, en aldeas, o en calles de lo que ellos se imaginan es, o "debe ser", el Tercer Mundo. Y tienen razón para evitar ese contacto. Pues si lo tuvieran, se darían cuenta que al interior de su abstracta construcción —el Tercer Mundo, o el Mundo del Desarrollo— hay miles de mundos que no corresponden con sus utopías, que son, como casi todas las utopías, simples proyectos de control sobre las personas.

El fin del modo de producción maquinal, también llamado industrialismo, significa también el fin de la idea del desarrollo, en tanto el desarrollo surgió y fue concebido como un proyecto industrialista. Sin industrialización no habría desarrollo, y viceversa. Por esa razón los desarrollistas intentan encontrar un concepto que supla el de desarrollo industrial y que salve el de desarrollo, pues sin esa palabra miles de institutos "para el desarrollo" deberán cerrar sus puertas. Ecodesarrollo; desarrollo autosustentado; etnodesarrollo; desarrollo a escala humana, etc. En vano. El término desarrollo está demasiado asociado a su historia bio-histórica para que pueda ser salvado. El desarrollo, y en consecuen­cia, el subdesarrollo, eran los complementos internacionales del modo de pro­ducción maquinal. La propia lógica del desarrollo es la del maquinalismo. Desaparecido éste último, el concepto de desarrollo ha perdido el lugar privile­giado que ocupó al precio de la ruina completa de pueblos y naciones; y con ello se irán de la faz de la tierra desarrollistas y tercermundistas, últimos representan­tes de la actividad misionera colonial que comenzó en el siglo XV. La ausencia del "desarrollo" no es, sin embargo, el fin de ninguna historia. Pues si reemplazamos el concepto de desarrollo por el de futuro, abrimos espacios a múltiples actores sociales a los que se les negó la posibilidad de imaginar el futuro, en nombre, precisamente, del desarrollo, monopolio intelectual de élites científicas y políti­cas, de derecha, de centro y de izquierda.


Por Fernando Mires. Extraído de "La Revolución que nadie soñó, o la otra posmodernidad".

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