martes, 4 de octubre de 2011

Ecofeminismo: la perspectiva de género en la conciencia ecologista

El ecofeminismo surgió del encuentro entre feminismo y ecología. Quizás precisamente por esa doble pertenencia, todavía es un gran desconocido para los dos movimientos, a pesar de que, en su variedad de corrientes abre un horizonte prometedor para feministas y ecologistas.

     Quiero comenzar subrayando que ser ecofeminista no implica afirmar que las mujeres estén de manera innata más ligadas a la Naturaleza y a la Vida que los hombres. Aunque algunas teóricas así lo han visto, desde una perspectiva constructivista de la subjetividad de género  podemos considerar que el interés que, según estudios internacionales, poseen las mujeres por los temas ecológicos no es un mecanismo automático relacionado con el sexo. Hay mujeres infatigables en la defensa del medio ambiente y otras que detestan  y combaten el ecologismo.

     “Mujeres” y “ecología” no son sinónimos. Ahora bien, como para otros aspectos de las identidades de género, la realidad nos muestra gran  variedad de individuos pero también tendencias vinculadas con la socialización en ciertas tareas y actitudes. El colectivo femenino no ha tenido, por lo común, acceso a las armas y ha sido tradicionalmente responsable de las tareas del cuidado de la vida más frágil (niños/as, mayores y enfermos) y del mantenimiento de la infraestructura material doméstica (cocina, ropa, etc.), desarrollando, en términos estadísticos, una subjetividad “relacional”, atenta a los demás y con mayor expresión de la afectividad. Cuando estas características se unen a una adecuada información y a una sana desconfianza hacia los discursos hegemónicos, se dan las condiciones para que se despierte su interés por la ecología.

El cuerpo propio

     A mediados de los años setenta del siglo XX, Françoise d’Eaubonne, creadora del término “ecofeminismo”, vio el problema de la superpoblación mundial como un relevante punto de contacto entre las reivindicaciones feministas y las preocupaciones ecologistas. Reclamó la libertad de las mujeres para decidir tener o no tener hijos cuando todavía las leyes de Francia no la reconocían.  Hoy esta libertad sigue siendo una asignatura pendiente en numerosos países. Desde mi propuesta de un ecofeminismo ilustrado -es decir, de un ecofeminismo que se inscribe en la tradición de la crítica a la opresión y a la defensa de la igualdad (Puleo, 2008)- considero de fundamental importancia que los Derechos Sexuales y Reproductivos sean aceptados como lo que son: Derechos Humanos que salvaguardan la autonomía de las mujeres al tiempo que disminuyen la presión demográfica sobre la Tierra.

     Las mujeres no sólo están expuestas a sufrir la violencia de género (feminicidios, muerte a manos de un hombre que no acepta la separación, mutilaciones sexuales rituales, acoso sexual, violación en tiempos de guerra y de paz, etc.), sino que también soportan una mayor incidencia de la contaminación medioambiental debido a sus características biológicas. Las sustancias  tóxicas presentes en ambientadores, material informático, plásticos, pinturas,  plaguicidas, etc. actúan como disruptores endocrinos peligrosos que afectan en primer lugar -aunque no exclusivamente- a la salud de mujeres y de niñas y niños incluso durante la vida fetal. Los xenoestrógenos (sustancias químicamente similares al estrógeno femenino natural) parecen tener un papel fundamental en el incremento del cáncer de mama en los últimos cincuenta años. Como puede inferirse, la preocupación feminista  por la salud de las mujeres en la sociedad química conecta con los objetivos ecologistas.

Género, clase, raza, geopolítica y ecología

     El pensamiento y la praxis ecofeministas han revelado las conexiones entre desigualdad de género, sexismo, racismo, clasismo, división Norte-Sur y deterioro medioambiental. Los riesgos medioambientales son mayores  para las mujeres de barrios populares con fábricas contaminantes y vertederos, para las trabajadoras de ciertos sectores industriales y de la agricultura que emplea agrotóxicos. También lo son para las habitantes más humildes de los países empobrecidos.

     La célebre ecofeminista de la India Vandana Shiva, fue una de las primeras en mostrar el deterioro de las condiciones de vida de las mujeres rurales pobres del Tercer Mundo debido al “mal desarrollo”, un desarrollo colonizador que acaba con el cultivo de las huertas de subsistencia familiar, arrasa los bosques comunales y aniquila la biodiversidad. Esas mujeres se ven  obligadas a caminar kilómetros para buscar la leña que antes encontraban junto a su aldea y enferman con nuevas dolencias debidas a la contaminación por pesticidas. Ellas conocen la cara siniestra de la “modernización” (Shiva, 1995). Suelen terminar viviendo con sus hijos en los barrios chabolistas de las grandes capitales del llamado Sur. Sin embargo, en ocasiones, son protagonistas de esa resistencia y esas luchas (Shiva, 2003) que Joan Martínez Alier ha llamado “ecologismo de los pobres”.

     Considero que una de las manifestaciones actuales más elocuentes del encuentro entre la mirada feminista y la ecológica es el fenómeno de los grupos de  mujeres reivindicativas en la lucha por la “soberanía alimentaria”. La aspiración de igualdad de género en conexión con las propuestas y demandas de Vía Campesina está mostrando que muchas mujeres encuentran en la agroecología una nueva forma de empoderarse en la familia y en la sociedad. Salen del ámbito doméstico, obtienen reconocimiento y recursos, denuncian la violencia de género y otras formas de opresión patriarcal que las afectan, mejoran su salud, la de los suyos y la de toda la sociedad al tiempo que preservan el ecosistema.

Sesgo de género y antropocentrismo

     El androcentrismo o sesgo patriarcal de la cultura es el resultado de una historia que ha excluido a las mujeres de los espacios declarados importantes. Desde el pensamiento androcéntrico se han devaluado todas aquellas actividades y formas de percibir y sentir el mundo consideradas femeninas. La religión y la filosofía han presentado a “la mujer” como Naturaleza y sexualidad. Y el pensamiento occidental ha generalizado una percepción “arrogante” del mundo (Warren, 1996) en la que la Naturaleza es simple materia prima, inferior y existente para ser dominada y explotada por una razón despojada de sentimientos compasivos (Plumwood, 1992).

     En diálogo con la llamada “ética del cuidado”, el ecofeminismo ha señalado que todas las tareas relacionadas con la subsistencia y el mantenimiento de la vida (empezando por las domésticas y las propias de pueblos ajenos al mercado) han sido injustamente devaluadas (Mellor, 1997) de acuerdo al estatus inferior otorgado a la Naturaleza. Se revelan, así, nexos de mutua legitimación entre patriarcado y capitalismo.

     También la compasión y el amor por los animales no humanos han sido afectados por el estatus de género. Una cultura que ha mitificado al guerrero y al cazador, suele ver las actitudes de empatía con las criaturas sufrientes como sensiblería e infantilismo propio de mujeres. La Mujer ha sido naturalizada y la Naturaleza ha sido feminizada. Debemos superar ambos procesos de dominación. Ahora que las mujeres estamos saliendo del mundo doméstico, decididas a participar de pleno derecho en el ámbito del trabajo asalariado, de la política y de la cultura, tenemos que lograr que nuestras voces cuenten a la hora de determinar la calidad de vida y los valores éticos.

     Las mujeres no somos las salvadoras del planeta ni las representantes privilegiadas de la Naturaleza, pero podemos contribuir a un cambio sociocultural hacia la igualdad que permita que las prácticas del cuidado, que históricamente fueron sólo femeninas, se universalicen, es decir, que sean también propias de los hombres, y se extiendan al mundo natural no humano.

     Creo que una  posición ecofeminista ilustrada, en tanto teoría crítica de la cultura androcéntrica y antropocéntrica, nos permite comprendernos mejor como especie y entender las causas y las consecuencias de la tajante división entre Naturaleza y Cultura que marca nuestra historia e intentar superarla. Los seres humanos somos Naturaleza y Cultura en una compleja unidad. Será necesario recordar a los varones que “también” comparten esa misma doble pertenencia, una verdad a menudo olvidada debido a la construcción de la virilidad patriarcal. Lograríamos, así, una redefinición del ser humano un poco más realista, más modesta, más igualitaria y más apta para hacer frente a los problemas del siglo XXI.


Por Alicia H. Puleo, Profesora de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valladolid, directora de la Cátedra de Estudios de Género de esa misma Universidad y miembro del Consejo científico de EcoPolítica. Texto original publicado en VV.AA., Claves del ecologismo social, Libros en Acción, Ecologistas en Acción, Madrid, 2009, pp169-174)

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