Platón trata en una de sus
principales y más famosas obras de madurez, La República, el modo
ideal, a su entender, de organizar la vida política del Estado y la sociedad
que este delimita. La obra, de considerable extensión, narra desde una
perspectiva filosófica, sustentada en la teoría metafísica platónica de las
Formas, múltiples y variados aspectos de todo lo referente a la polis o ciudad
y su organización. Es pues uno de los temas que podemos en el texto encontrar,
el de mayor relevancia y al que confluyen el resto de ideas filosóficas del
autor, el de la organización del Estado.
El origen del Estado, o de la organización
social humana en comunidad, es motivo de reflexión y teorización por numerosos
filósofos, destacando entre ellos las doctrinas del pacto social propias de la
Ilustración ideadas por Hobbes o Rousseau. Semejantes ideas son ya motivo de
divulgación filosófica en la Grecia clásica por parte de ciertos sofistas, sin
embargo, aquí el tema apenas cobra relevancia en cuanto a su significación
antropológica, quiero decir, en cuanto a las razones originarias y propias del
ser humano que motivan, condicionan o determinan el pacto social y la creación
de una organización política, sea entendida esta como un motor de progreso
social, como un bozal que limita a la bestia humana u otro tipo de entidad
siguiendo premisas semejantes. En el Libro II de la República, el tema
se plantea sencilla y brevemente como paso necesario para asumir cuestiones que
Platón considerará de mayor importancia. Sin embargo, leyendo estas páginas, he
encontrado un bonito motivo por el que escribir un pequeño texto que pretende
ofrecer un significado contemporáneo y moderno, adaptando sabias ideas de
pensadores de nuestro pasado a problemas que se plantean en nuestro mundo
moderno.
Habla Platón de diversas ideas de Estado
propias de una perspectiva ecologista y decrecentista, pese a que no se recree
el filósofo en profundizar en las mismas. Tales ideas plantean, ante las
peligrosas consecuencias de un crecimiento económico desmesurado no controlado,
una metodología de organización social que insta a la auto-limitación y la
sostenibilidad a partir de la austeridad y la fundamentación de lo económico en
valores éticos. Realizaremos, pues, aquí un pequeño repaso de estos
planteamientos platónicos que el mundo antiguo ha dejado a nuestra disposición
para alimentar con mayor viveza la reflexión que en nuestros tiempos el
decrecimiento y la ecología plantean.
Sócrates es en este texto el hilo
conductor de las divagaciones y conclusiones filosóficas a las que se arriba,
un Sócrates literario que protagoniza numerosos diálogos platónicos, en un
principio con un sentido reivindicativo de la figura del maestro y
posteriormente utilizado en los textos, como en este caso, como divulgador de
teorías filosóficas propias de Platón y probablemente ajenas a este. Sócrates,
pues, interroga a Adimanto y Glaucón(hermanos de Platón) sobre la naturaleza de
la justicia, tanto en el individuo como en el Estado, y partiendo de esta
cuestión, surge la necesidad de entender el origen del Estado y los motivos de
su situación.
<<La ciudad nace, en mi opinión, por
darse la circunstancia de que ninguno de nosotros se basta a sí mismo, sino que
necesita de muchas cosas>>, expone Sócrates, enumerando ordenadamente
algunas de esas cosas que el hombre necesita, siendo la comida, la vivienda y
el vestido las primordiales. De este modo, los seres humanos se organizan en
ciudades o Estados, ya que en aquel momento predominaban las polis-estado aquí se
entiende el Estado como una ciudad independiente pese a su pertenencia a una
posible confederación, en el que cada individuo posee un oficio concreto a
través del cual proporciona bienes al resto de sus vecinos.
Posteriormente se sigue la conversación
sobre la constitución de esta ciudad tratando como necesaria, si la ciudad
adopta un determinado tamaño, la importación así como la exportación y el uso
del dinero como herramienta de intercambio comercial.
A continuación, en el siguiente párrafo,
expone Sócrates como vivirán los ciudadanos de tal Estado:
<< ¿Qué otra cosa
harán sino producir trigo, vino, vestidos y zapatos? Se construirán viviendas;
en verano trabajarán generalmente en cueros y descalzos, y en invierno
convenientemente abrigados y calzados. Se alimentarán con harina de cebada o
trigo, que cocerán o amasarán para comérsela, servida sobre juncos u hojas
limpias, en forma de hermosas tortas y panes, con los cuales se banquetearán,
recostados en lechos naturales de nueza y mirto, en compañía de sus hijos;
beberán vino, coronados todos de flores, y cantarán himnos a los dioses,
satisfechos con su mutua compañía; y no procrearán más hijos que los que les
permitan sus recursos, a fin de evitar la pobreza o la guerra. >>
Glaucón, no convencido, discrepa de la austera
alimentación que el maestro propone en esta ciudad originaria, y pese a que el
filósofo amplía con diversos alimentos, Glaucón entiende como necesarios las
viandas y los postres propios de su tiempo. Es entonces cuando Sócrates, que
sabiamente maneja la conversación, se dispone a tratar pues de lo que sus
interlocutores desean hablar, de una ciudad<<de lujo>> y no de una
ciudad<<sana>> (de la que hasta ahora se estaba tratando), siendo
la primera, premisa originaria de pobreza y guerra.
Con la descripción de la ciudad que
Sócrates ofrece, anteriormente citada, se anteponen unos valores económicos de
modestia y austeridad, no con una finalidad en absoluto ascética, en el sentido
de la auto-privación como medio religioso o fin en sí mismo, sino como método
para la supervivencia de un bienestar básico alcanzable a todo ciudadano. Tanto
es así que hasta se habla de una auto-limitación de la procreación para evitar
una futura pobreza, cuando los recursos para la subsistencia sean menores al
número de individuos que necesitan de ellos. Resulta interesante comparar esa
concepción de sostenibilidad que propone Sócrates con nuestro mundo actual, un
mundo poblado por miles de millones de personas, cifra en proceso constante, y
cada vez más acelerado, de crecimiento. Pero continuemos con el texto, ya que Sócrates
trata pues de las consecuencias de la polis que Glaucón y Adimanto parecen
preferir, aquella que importa mucho más, y que produce otro tanto, porque
necesita de nuevos productos, nuevos objetos y nuevos oficios que satisfagan
sus ansias de lujos y todo tipo de necesidades no básicas, la ciudad que crece
y crece.
Mientras la anterior concepción de ciudad
se dedicaba a la ganadería ovina únicamente debido a la obtención de lana, y,
tal como ocurría en aquel tiempo, la alimentación cárnica quedaba relegada a
rituales religiosos o celebraciones, en esta ciudad de continuo crecimiento se
necesitará de porquerizos y boyeros que críen animales con qué alimentarse,
cuando las legumbres, verduras y productos lácteos derivados de la ganadería
ovina no son suficiente para el gusto humano. Es más, si este Sócrates hubiese
vivido en tiempos actuales, me atrevería a decir que dado su carácter
irreverente e impertinente para con la ignorancia, se propondría aguijonear
cuál tábano con su filosofía a los responsables de las enormes factorías de
ganadería intensiva que maximizan beneficios con la producción de
inconmensurables cantidades de productos cárnicos de escasa calidad. Mas el
texto continúa:
<<¿Habremos, pues, de recortar en
nuestro provecho el territorio vecino, si queremos tener suficientes pastos y
tierra cultivable, y harán ellos lo mismo con el nuestro si, traspasando los
límites de lo necesario, se abandonan también a un deseo de ilimitada
adquisición de riquezas?>>4
Benjamín Constant, en su conferencia de
1819, titulada De la libertad de los antiguos comparada con la de los
modernos, entendía la guerra como algo arcaico que en tiempos modernos era
sustituido por el comercio internacional. Sin embargo, ya hemos visto que
Platón nos hablaba de este comercio entre ciudades-Estado, y, como muy bien
hemos comprobado, y seguimos comprobando, el comercio y la guerra, cuyos fines
son la obtención de riquezas, aún siguen siendo métodos homologables que
resultan emparejados en muchas ocasiones, tal y como ha expuesto el Sócrates
platónico anteriormente. ¿Es la pobreza y la guerra lo que se deriva de un
crecimiento que se define como insostenible?
Mientras Platón continua considerando
aspectos políticos en su República, nosotros rumiaremos brevemente lo
ya leído. Viviendo como lo hacemos, en una sociedad capitalista que muy en
menor grado parece concienciarse de que el progreso infinito es un mito
inalcanzable, encontramos en filósofos del pasado, aunque sea fugazmente, las
consecuencias posibles de esta concepción de la existencia.
Desde ciertos colectivos y sectores de la
sociedad se está hablando de decrecimiento. ¿Pero que significaría este
decrecimiento? El vocablo parece feo, suena a pérdida, a retroceso. Y en efecto
lo es, es un retroceso y una pérdida de valores míticos e infundados propios
del capitalismo, es una vuelta atrás, un proceso de reencuentro con la
organización estatal que Sócrates ha propuesto como originaria, en la que se
consume lo necesario pensándose siempre en la equidad social y en la
sostenibilidad. Ese retroceso en materia de lujos y superficialidades (que no
necesariamente, teniendo en cuenta el avance científico y técnico actual,
necesita ser tan estricto), esa vida modesta y austera que se predica, es la
única vía actual que permitiría una igualdad y una organización sostenible que
evitase el veloz exterminio de los recursos naturales.
Platón dibuja en sus textos la
personalidad de su maestro Sócrates, intentando mantenerse fiel, y tomando en
cuenta lo poco que de forma fiable conocemos del filósofo. Es magistral la imagen
que en este texto (hablamos de estos fragmentos del libro II, ya que otras
ideas platónicas nada agradarían en nuestros días) se ha presentado de él,
resaltando su afinidad por una ciudad <<sana>>, modesta, formada
por gentes que como él, en el mercado, afirmarían<<cuantas cosas que no
necesito>>. Y de este modo, la cultura antigua, aquella que es propia de
milenios pasados, nos da una lección en nuestros tiempos, revelando como evitar
las guerras y a la pobreza, algo que debemos transformar en solución al mal ya
acometido. No se presenta tarea fácil, prescindir de lujos, redefinir el
sistema económico, limitar la natalidad, etc., son tareas que las sociedades
más avanzadas precisamente deben capitanear. ¿Pero es acaso el ser humano capaz
de realizar tal sacrificio? ¿tan fuerte es su empatía o su cumplimento del
deber moral frente a su deseo de posesión y poder diferenciador?
Sinceramente, dudo mucho que esta solución
pueda nacer de cada individuo, que cada hombre y mujer se proponga colaborar en
una misión de decrecimiento material en pro de una equidad social mundial y una
vida ecológica, por no mencionar las miles de contingencias internacionales que
dificultarían la tarea. Y si este modo de entender la vida, si los valores no
materiales y contrarios a un consumo pernicioso no se presentan en las
conciencias de los ciudadanos, nunca se obtendrán grandes avances. Será, pues,
sólo el devenir histórico el que mantenga o agrande la diferenciación social y
económica, y también, muy probablemente, el que de forma abrupta y violenta
transforme este mundo en una sociedad decrecida, en la más negativa de las
interpretaciones. Esperemos que esta última elucubración devenga en un ingenuo
error de cálculo.
Por Carlos
Villanueva Castro,
miembro de Jóvenes Verdes. Artículo publicado originalmente en EcoPolítica.
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