miércoles, 12 de octubre de 2011

Síntesis y Perspectivas (Introducción a las Doctrinas Político-Económicas)

La visión panorámica de las doctrinas político-eco­nómicas y de su aplicación práctica en el mundo su­giere algunas observaciones. No se las presentará aquí dentro de un esquema totalizado, porque la visión ha sido demasiado fugaz, como la que se recoge cuando se está en una aeronave que vuela a mucha altura y gran velocidad. (En las pocas páginas de un Brevia­rio el fenómeno político ha sido enfocado desde los gérmenes de la autoridad en las tribus primigenias hasta la dictadura del proletariado en la URSS y hasta la Nuexa Izquierda).

     De esta manera, sólo se perciben los grandes acci­dentes geográficos componentes del paisaje las cadenas de montañas, los caudalosos ríos, la costa que po­ne una línea entre la variada inmovilidad de la tierra y el móvil panorama uniforme del mar. Lo que podría dar la sensación de completa organicidad a estas ob­servaciones sería ver el paisaje entero, la tierra que une a las montañas, los ríos y la costa. Sin embargo, no podemos pretender verlo todo en un Breviario, ni menos aún en esta síntesis final. Sólo son perceptibles aquellos perfiles, vértices y aristas que resaltan, y que pueden parecer inconexos cuando se los ve individual­mente, pero que de alguna manera, lógica e indestruc­tible, están unidos. No, necesariamente, en las páginas de un libro pero sí en la profunda infraestructura de los hechos.

     Cuando observamos, por ejemplo, que el problema político implica un conflicto básico entre la autori­dad y la libertad y luego nos preguntamos quién hace la política, si el intelectual o el político, puede pare­cer que no hay una conexión entre una y otra cosa.

     La conexión existe, lógica e imprescindible. Simple­mente falta el espacio necesario para exponerla, para ponerla a la vista.

     Empecemos por el conflicto entre la autoridad y la libertad. Prácticamente desde sus primeros pasos va­cilantes sobre la superficie del planeta, el hombre debe asociarse con sus semejantes para luchar por la vida. Apenas formada la asociación, resulta necesaria la autoridad. Alguien tiene que tomar y hacer cum­plir las decisiones que interesan al conjunto. La facul­tad de decidir y de ejecutar la decisión es la función esencial de la autoridad.

     Indispensable como es la autoridad, ella empieza a ser odiosa desde el momento mismo en que se ejerce, porque de una u otra manera restringe la libertad y a nadie le gusta tener su libertad disminuida.

     En último análisis, lo que busca la política es con­cebir y poner en práctica un sistema ideal que, esta­bleciendo justificaciones y normas para el ejercicio de la autoridad, logre que ese ejercicio sea lo menos le­sivo posible para la libertad individual; y que la re­lación de autoridad (Estado) a individuo y colectivi­dad, produzca condiciones justicieras, satisfactorias, para la justa distribución de la riqueza (del bien co­mún); que unos no tengan exceso innecesario a costa de la privación y la miseria de los demás. Eso es todo. Parece muy simple, muy fácil y, sin embargo, la Humanidad no ha sido todavía capaz de lograrlo.

     Toda autoridad tiende naturalmente al exceso, al despotismo, a la violación de las normas que, especial­mente en la Democracia, ponen freno, contrapeso y control a su ejercicio. De igual manera, cualquier sis­tema económico, por justa y perfecta que sea su con­cepción, tiende a deformarse, a corromperse. Unos, los menos, acaparan la mayor parte de los bienes, de la riqueza, a costa do los más.

     Estos dos factores, el exceso de autoridad y la in­justa distribución de la riqueza o la corrupción en su manejo, crean la necesidad del cambio político: cam­bio gradual, evolutivo; o brusco, violento, revoluciona­rio, en busca de esquemas mejores.

     La idea del cambio es atractiva, primero, porque está originada en el descontento con la realidad pre­sente. Si no hubiera descontento no habría necesidad ni deseo de cambio. Segundo, porque la perspectiva que se ofrece, el nuevo plan, tiene que ser mejor que la realidad presente. Para empezar, el programa es teórico, está intacto y adornado de promesas. La rea­lidad, en cambio muestra todas las huellas del envejecimiento, del deterioro, de la corrupción. La compa­ración entre lo uno y lo otro (alguien ha hecho notar) es, pues, obviamente injusta: comparar lo que no se ha probado aún, no se ha envilecido ni estropeado, con lo que ha sufrido todos los vejámenes del tiempo, del uso y del abuso.

     Tres factores determinan la mutación ideológico-política: las condiciones socio-económicas que la hacen necesaria; los ideólogos que elaboran la nueva fórmula (como los magos elaboraban los filtros de la felicidad); los políticos que la realizan.

     Las condiciones socio-económicas anormales, pato­lógicas, pueden generar, por supuesto, más de un diagnóstico y más de una prescripción política. Ni los más avanzados sistemas de "computación" electrónica pueden dar una interpretación matemática y, por ende, única de los hechos sociales, que hiciera posible a su vez "la" solución política única, exclusiva.

     Los infinitos imponderables del fenómeno económi­co-social, emergentes en gran parte de la condición humana, pueden originar desde los esquemas más "científicos" hasta las soluciones más elementales y rudimentarias. Por ejemplo, aquellas, de alta tensión emocional, del llamado "populismo" —muy especial ingrediente del folklore político latinoamericano. ¿Qué sistema de computación habría podido prescribir racio­nalmente, lógicamente, el retorno de Juan Domingo Perón al gobierno de la Argentina? Sin embargo, ahí está Juan Domingo Perón por obra de esa fuerza su­perior a toda razón que es la voluntad popular irrefu­tablemente expresada.

     Formulados los nuevos esquemas, ellos entran en conflicto disputándose la posesión del poder. Es una batalla en dos frentes: uno, para sustituir al régimen vigente; otro, para impedir que los competidores se apoderen de la presa.

     La tarea no es fácil y su ejecución requiere el do­minio del arte (más que ciencia) de la política, el "arte de lo posible". Sólo lo posible es válido en la política. Lo demás queda suspendido en la órbita de la especu­lación intelectual y es materia inerte para la política.

     A menudo se confunden las tareas del ideólogo y del político y el resultado es, casi siempre, desastroso. Raros, muy raros en la historia de la Humanidad son los ejemplos de la dual aptitud, del doble genio. En tiempos relativamente recientes quizá Lenin y Churchill son quienes más se aproximan a la conjunción de las dos trayectorias.

     Por regla general, el intelectual es pésimo político. Su terreno, el de la mente, que exige raciocinio, visión de ambos ojos, es muy diferente del campo de ac­ción de la política dominado por fuerzas que no siem­pre son las de la razón; donde sólo se miran las cosas de un lado, el propio; donde la pasión subjetiva es mucho más importante que la objetividad; donde la objetividad, que obliga a mirar las cosas de ambos la­dos y apreciar el porcentaje de verdad contenido en todas las posiciones, debilita la fuerza unidireccional del impulso político; donde, según dice Ortega y Gasset, "hay que decidirse por una de estas dos tareas incompatibles: o se viene al mundo para hacer política o se viene para hacer definiciones". El intelectual no puede dejar de hacer definiciones y, mientras las hace pierde la batalla política. El intelectual pudo te­ner parte en la etapa anterior, de crítica del esquema vigente y de formulación del nuevo plan, y ahí con­cluyó su tarea.

     En la búsqueda de la fórmula política perfecta ha hecho la Humanidad un largo camino, desde el mando del guerrero o el brujo sobre la tribu incipiente hasta el gobierno del macroestado contemporáneo.

     La lucha ha sido dura y a menudo cruel. No se han ablandado las reglas del combate sino, en los últimos tiempos, lo contrario. La única diferencia con la cru­cifixión de esclavos rebeldes en Roma, es que ahora el encono se ha tecnificado de ambas partes. Ni el terrorismo de la oposición ni la violencia represiva del poder constituido dan cuartel.

     Es evidente, la razón habrá que buscarla segura­mente en los últimos repliegues del instinto, que en materia política, el hombre prefiere casi siempre los caminos de la acción directa, de la revolución, de la violencia, a los de la reforma, la evolución inte­gral. Pocos son los países privilegiados que han esco­gido la segunda ruta.

     La lucha política podría continuar indefinidamente como hasta ahora, desde hace miles de años, pero hay indicios de que no será así.

     No sólo las fronteras ideológicas son ya insuficien­tes, como aquella patética Línea Maginot de la se­gunda Guerra Mundial, para contener el desborde del fenómeno económico contemporáneo, cuyo dinamismo empuja a Rusia y los Estados Unidos de América y la misma China Roja a aceptar la necesidad convergente de entenderse y negociar.

     Tampoco tenemos en mente el punto final de la guerra nuclear cuya catastrófica magnitud encierra precisamente la clave de su impracticabilidad (excepción hecha de la falla humana o técnica que pudieran precipitarla al margen de la previsión y la voluntad del hombre).

     Hay otras fuerzas que insidiosamente realizan la tarea preparatoria de la destrucción total, mientras los hombres, divididos en bandos, agotan ingenio, recur­sos y crueldad en las trincheras de la ideología polí­tica.

     Son otros cuatro jinetes de un nuevo Apocalipsis: la superpoblación, la contaminación del ambiente, el ago­tamiento de los recursos naturales y la tecnología que se dispara, aliados con un sólo objetivo: la indiscrimi­nada destrucción del género humano, la izquierda igual que la derecha.

     La cuádruple alianza  es eficaz: mientras más au­menta la población, mayores necesidades de alimen­tación hay que satisfacer. A medida que la demanda de alimentos aumenta, las posibilidades de suministrar esos alimentos, las áreas cultivables del mundo, dis­minuyen por obra de la erosión y la contaminación. Para abastecer otras necesidades no sólo de subsisten­cia, crecientes cantidades de materia prima se consu­men, y proporcionalmente se agotan los recursos na­turales generadores  de materia prima. Las necesida­des  de energía crecen para aumentar las industrias que dan mayor trabajo y bienes para la población, pero mayor energía significa mayor contaminación del ambiente por los gases, el humo o los residuos de las plantas atómicas productoras de electricidad. A mayor contaminación, menores áreas  cultivables y también menores fuentes de alimentos hasta en el mar; un mar ya  abrumado, entre otras cosas, por los materiales plásticos cuyos residuos, arrastrados por ríos y alcan­tarillas, llegan al mar y, como no se desintegran y quedan flotando indefinidamente, reducen la genera­ción del oxígeno necesario para la vida submarina (peces, algas, plankton). El desarrollo de la ciencia y la tecnología en materia médica y sanitaria contribu­ye al crecimiento de la población, una población que tiene cada vez menos proteínas para nutrirse. Y así, sucesivamente. Los círculos viciosos, las combinacio­nes y jugadas directas e indirectas de estas cuatro pie­zas del ajedrez destructivo pueden multiplicarse ilimi­tadamente.

     El Progreso (Nota de ECCO: Nosotros diríamos que el “Desarrollo”), hasta hace pocos años venerado como una especie de semidiós benévolo aun­que un tanto esquivo, empieza a tomar las caracte­rísticas de un monstruo hipócrita, secretamente asocia­do con los peores enemigos del hombre.

     Se estudia y se escriben libros para analizar el pro­blema: Hermán Kahn y B, Bruce-Briggs, Lo que ha­brá de suceder; Georg Bonrstrom, El planeta hambrien­to; Dennis Meadows, Los límites del crecimiento, etc. para citar sólo los más conocidos. Grupos de promi­nentes pensadores como el Club de Roma e institu­ciones científicas tan prestigiosas como el Massachussetts Institute of Technology, el Hudson Institute, la Rand Corporation, asesorados por expertos de todo el mundo, hacen análisis y pronósticos valiéndose de los más eficientes métodos y equipos electrónicos. Una nueva ciencia, la Futurología, concebida más en el terror que en el amor al conocimiento todavía más cerca de la Astrología que de la Astronomía, trata de avizorar el porvenir.

     La perspectiva es tan obscura y amenazadora que algunos resultados de los estudios se mantienen en re­serva, como el trabajo, revelado con violación del ju­ramento de secreto que tenían los autores, que hoy es el libro ¿La paz indeseable? De acuerdo con las conclusiones de este estudio, la única solución para restablecer el equilibrio ecológico y económico del mundo sería ¡la guerra!

     Éstos son los perfiles salientes del panorama que la Humanidad tiene ante sí mientras agota algunas de sus mejores energías intelectuales, espirituales y aún físicas en la lucha política, lucha que por compara­ción tiene mezquinas dimensiones, de unas banderas contra otras banderas ideológicas.

     La Futurología da la señal de alarma, pero la Ideo­logía está demasiado ocupada y envanecida consigo misma para oírla.

Por Walter Montenegro. Extraído de Introducción a las Doctrinas Político-Económicas (1982). Brevarios del Fondo de Cultura Económica.

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