lunes, 24 de octubre de 2011

¿Crisis? ¿What crisis?

La pregunta es pertinente. Porque, como todos sabemos, para solucionar un problema previamente hay que entenderlo. Todo el mundo parece coincidir que estamos inmersos en una crisis económica de dimensiones dramáticas y globales. Yo creo, al contrario, que la crisis no es económica sino de otra índole. O, ¿acaso la economía no es capaz de abastecernos con los productos y servicios demandados y tenemos que abrocharnos el cinturón y renunciar a nuestros queridos vicios consumistas? No, al contrario. Todo el mundo nos anima a gastar más. La cuestión es ¿cómo animar el consumo? Y nos están bombardeando con rebajas, ofertas y planes «renove» y «prever» para desguazar nuestros coches y electrodomésticos que funcionen todavía de maravilla para compra otros nuevos, además con el falaz argumento de que esto sea una aportación del ciudadano para el medio ambiente ya que aparatos nuevos contaminan menos, pero ocultándonos que la producción de los mismos contamina tanto como su uso durante todos los años de su funcionamiento.

     Pero, para volver a la pregunta inicial, en qué consiste entonces el problema. El problema no es que la economía no funcione sino que funciona demasiado bien, es decir, que es capaz de producir cada vez más pero con menos mano de obra. Vivimos, y no desde ayer sino desde los años setenta, una crisis estructural del sistema capitalista que consiste en una sobreproducción, una saturación de los mercados, es decir tenemos unas estructuras productivas sobredimensionadas para la demanda basada en la capacidad real de los consumidores y no en una supuesta riqueza ficticia en inmuebles sobrevalorados y su capacidad de endeudamiento gracias a hipotecas y tarjetas de crédito. La bonanza de la última década y la correspondiente borrachera de consumo se debe a estos factores.

     «Los españoles se sienten ricos», titulaba ya hace unos años un periódico alemán un artículo sobre el supuesto crecimiento milagroso de la economía española. Pero los milagros no existen y ahora se pasan las facturas correspondientes. Como dijo Albert Einstein: No se pueden resolver los problemas usando el mismo tipo de pensamiento que usamos cuando los creamos, y que la supervivencia de la humanidad requiere nuevas formas de pensar. Pero nuestros responsables políticos y económicos no quieren o no saben pensar de otra forma: «Volver lo antes posible a la senda del crecimiento y la creación del empleo» es el lema de todos, y hasta del Rey en su mensaje de año nuevo. Crecer es la única respuesta y con ello nos olvidamos del cambio climático, de la explotación del tercer mundo, etc. Pero los que predican que los españoles tienen que trabajar (es decir: producir) más y cobrar (es decir: gastar o consumir) menos no han entendido absolutamente nada de la idiosincrasia de esta crisis y esto incluye hasta el premio Nobel de economía Krugmann.

     «Más madera» es el lema, como en la película de los hermanos Marx, cuando se queman los tablones de los mismos vagones para mantener la locomotora a flote. El arquetipo del sistema económico que anhelan nuestros responsables políticos es una especie de fallas de Valencia permanentes; producir cosas que nadie necesita para luego quemarlos y vuelta a empezar. Tampoco estamos muy lejos de la solución orwelliana (1984): sacrificar un continente en el que se organiza una guerra permanente para eliminar en el campo de batalla la sobreproducción de nuestras industrias (aparte de tragar nuestra basura más contaminante). África se acerca bastante a este modelo.

     La causa de la crisis financiera-económica que sufrimos no es -como lo pregonan nuestros políticos y la mayoría de supuestos expertos- la falta de demanda por que la respuesta a la misma consiste en estimular la misma o vía reducciones de impuestos, mas créditos o que el gobierno nos de ayudas directas (los mencionados planes renove, prever, etc.). Y si esta fórmula no basta, creen que entonces tiene que ser el Estado mismo, las administraciones públicas que gasten, por ejemplo en infraestructuras, para fomentar la demanda y de esta manera crear crecimiento y con ello empleo. El problema es que todo está basado en un (sobre) endeudamiento o de los particulares o de las arcas públicas, que en definitiva son los mismos: los ciudadanos/contribuyentes con el agravante que a tirar de las deudas públicas involucramos a las próximas generaciones, nuestros hijos y nietos, en esta locura.

     Volviendo a Einstein y enfocando el problema desde otra ángulo, nos podríamos preguntar: ¿Por qué no nos limitamos a producir lo realmente necesario y nos dejamos de gastarnos cada vez más en publicidad para convencer a la gente a adquirir más y más productos que en realidad no necesitan y no se pueden permitir? Y ¿cómo explicaremos a nuestros hijos y nietos que hemos creado tanta miseria, pobreza, marginación y desesperación entre tanta abundancia y que además les pasamos la factura?

     La respuesta es simple: No trabajamos para producir (productos y servicios socialmente necesarios) sino producimos (productos y servicios que en realidad no necesitamos y que cuya comercialización nos cuesta cada vez más) para trabajar. La crisis no representa un fallo del sistema económico. Lo que nos falla es nuestro modelo de organización social, basado en exclusivo en un solo mecanismo: el empleo. No entendemos o no queremos entender que el empleo ya no es la solución a nuestros problemas sociales, económicos, medioambientales, etc., sino que la dependencia de él como único mecanismo para la distribución de la renta se ha convertido en su principal causa.

     Este mecanismo está caduco desde hace tiempo. Ya no se pueden vincular los ingresos necesarios para costearse una vida digna (vivienda, consumo, alimentos etc.), el acceso a la seguridad social (sanidad, paro, vejez), la definición del estatus social y hasta la identidad personal, solo al empleo. Es simplemente cargarle demasiado.

     No es posible una huida hacia delante buscando fórmulas para facilitar créditos a la gente para que se compren una segunda vivienda en la costa o incentivando la compra de un coche nuevo con ayudas directas del Gobierno. Todas estas medidas son pan para hoy y hambre para mañana. Deberíamos tomar en serio a Albert Einstein y buscar un enfoque nuevo, en lugar de repetir hasta la saciedad las recetas fallidas de siempre: crecimiento y creación de empleo.

     Pero cómo salir de este callejón sin salida o espiral de tener que producir y consumir cada vez más aun a costa de contaminar, explotar al Tercer Mundo, endeudarnos a nosotros y a las futuras generaciones, marginar y empobrecer cada vez más grupos sociales etc. etc. Las respuesta es: desvincular unos ingresos que permitan una vida mínimamente digna de la obligación de trabajar (es decir producir) o, en otras palabras, la renta básica incondicional. Si no queremos entender esto, no saldremos jamás de esta crisis.

     A propósito, ¿se acuerdan de que para el año 2010 nos habían prometido el pleno empleo? Ahora resulta que para el próximo año la cantidad de cinco millones de parados es incluso más probable que la de cuatro. Como ya escribí en este medio en el artículo sobre Flexiguridad del 21 de enero de 2002: «el que siga proclamando el pleno empleo o es estúpido o miente». Y me reafirmo en esta declaración.


Por Hans Harms, Doctor en filosofía, sociólogo y miembro del consejo científico de Ecopolítica

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