La machacona maquinaria publicitaria del sistema nos tiene acostumbrados al crecimiento como eje económico sustancial. Una progresión lineal e ilimitada en un planeta finito, es, de facto, una secuencia destructiva e irracional. Frente a ese modelo, hay otros, que se silencian desde los poderes y que, sin embargo, se corresponden más con la naturaleza posible y equilibrada entre el hombre y los recursos naturales.
Un camino alternativo lo constituye, la clausura de algunos sectores, como la industria del automóvil, la construcción, la militar y la publicidad. La tesis parte de la necesaria catarsis en la sociedad actual, del predominio de la vida social sobre la primacía de la producción, el consumo y la competitividad; el ocio creativo frente al vinculado al dinero; el reparto del trabajo; el establecimiento de una renta básica a la ciudadanía que permita hacer frente a los problemas que puedan derivarse de la aplicación del nuevo modelo. En definitiva, se trata de la recuperación de valores anulados, rescatando a un individuo sumiso en el capitalismo salvaje, que ha desmantelado el estado de bienestar y aniquilado la biodiversidad, hacia una nueva era.
El mito del desarrollo ilimitado se fundamenta en la creencia de unos recursos naturales eternos y el resultado es la deforestación, la desertización, el calentamiento global, la lluvia ácida y la situación de injusticia y de pobreza en el mundo. El sistema, como norma, como fundamento, es agresivo, y despiadado con el individuo que ponga en peligro su existencia. Es necesaria la “Revolución Ecológica”, que reclama Raúl de la Rosa en su libro del mismo título. Según el autor, la contaminación del planeta, la de nuestros cuerpos y mentes, es consecuencia de lo que consumimos. La civilización actual se muestra igual que un cáncer, pues trata de destruir al organismo que la sustenta y da vida, como es el propio planeta, y proviene del consumo desaforado y equivocado, generado por la presión de una información manipulada por los intereses de una oligarquía financiera.
Les voy a contar algo del fenómeno de unos señores, los decrecientes -décroissants en francés-, que están HASTA LA CORONILLA de tanto consumo (y de tanto crédito). Y que cada vez son más. Se autodenominan objetores del crecimiento y cada vez tiene más fuerzas –en términos relativos, muy relativos- en países europeos. Sobre todo en Francia. Están convencidos que no es sostenible un crecimiento infinito en un planeta finito. También creen que los recursos naturales se agotan y que la crisis que vivimos nos es más que un aperitivo del gran plato envenenado que se servirá en 2050, el “gran hundimiento”, la gran crisis, derivada de la confluencia de la escasez de petróleo, los zarpazos del cambio climático y otros factores. Sostienen los decrecientes que el ser humano llega siglos viviendo fuera del economicismo y la economía –la economía como ciencia data del siglo XVIII- y que en Occidente debemos de dejar de consumir –aunque ello implique más paro y nos obligue a repartir el trabajo- y permitir así que los países en desarrollo sigan gastando para acercarse a nuestros niveles de vida. Su mantra es MÁS NO ES IGUAL A MEJOR. Les doy algunas pinceladas: la mayoría prefiere ganar poco dinero, la mayoría odia las grandes cadenas multinacionales, la mayoría odia el despilfarro energético, la mayoría prefiere vivir en ciudades lentas, desestresadas…
¿Tiene sentido esta corriente? ¿No tiene un tufillo apocalíptico? ¿No peca de poca fe en el progreso tecnológico y en la inteligencia del ser humano? Les recuerdo que Malthus allá por el siglo XVIII decía que en el mundo no había bastantes alimentos para tantas bocas y entonces había 700 millones de personas y hoy hay casi 7.000 millones. Otro interrogante retórico: ¿No surgen siempre los milenaristas en épocas de crisis? Y otro más: ¿Acaso es posible el capitalismo sin el consumo? Y otro más: ¿El decrecimiento no nos devolvería a sociedades primitivas, cerradas, proteccionistas?
Por Pilar Cáceres.
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